EEUU teme que la crisis de autoridad de Clinton y su anfitrión de Moscú agrave el caos financiero
Pocas veces en la historia reciente de EEUU, un viaje presidencial al extranjero ha provocado tanto miedo como el que hoy emprende Bill Clinton a Moscú. Los políticos de Washington, los operadores de Wall Street y los inversores de todo el país se barruntan que el espectáculo del abrazo impotente entre Clinton y Borís Yeltsin, dos líderes en tremendos apuros, puede agravar la crisis de los mercados. El primero encarna la ausencia de liderazgo norteamericano en los asuntos mundiales, y el presidente ruso personifica el caos en esa potencia nuclear llamada Rusia.
Clinton regresó ayer a Washington con el tiempo justo para deshacer el equipaje que se llevó a sus cortas vacaciones en las playas de Massachusetts y preparar el que hoy se llevará a Moscú. A la hora en que llegaba a la Casa Blanca, grupos de manifestantes exhibían en varios puntos de la capital norteamericana pancartas con el lema "Destitución inmediata de Clinton". Eran saludados con simpatía por esa cada vez más abundante gente que perdona a Clinton sus aventuras con Monica Lewinsky, pero no el haber mentido durante meses.El último fin de semana de agosto fue vivido en EEUU con una sensación de pesimismo desconocida desde hacía años. Muchos analistas financieros auguraban que, empujado por los malos efectos en las empresas norteamericanas de las crisis económicas en Japón, Rusia y América Latina, Wall Street seguirá a la baja en los próximos días, en lo que podría ser el final de una euforia de años.
Veteranos de los servicios de espionaje criticaban la utilidad para la lucha antiterrorista de ataques como los realizados contra Sudán y Afganistán, que tildaban de operaciones propagandísticas. Y los comentaristas políticos recordaban el dudoso futuro de Clinton.
La conclusión era que los líos con la justicia del titular de la Casa Blanca han debilitado el liderazgo internacional de EEUU en un momento en que éste es más necesario que nunca. The Washington Post publicaba en su primera página un artículo sobre la "pérdida de brillo" de la secretaria de Estado, Madeleine Albright, dada la catarata de fracasos diplomáticos norteamericanos en Oriente Próximo, India, Pakistán, Kosovo, Japón, Rusia y otros escenarios tórridos.
También en portada, The New York Times titulaba que cabe esperar "pocos progresos" en la cumbre entre Clinton y Yeltsin.
El periódico neoyorquino aportaba un ángulo interesante: "Jamás desde 1974, un presidente norteamericano ha viajado a Moscú en tan débil situación doméstica. El presidente Nixon se entrevistó con Bréznev a finales de junio de ese año, en los momentos finales del escándalo Watergate. La cumbre quiso dar la impresión de un presidente activamente comprometido en la arena internacional, pero no produjo ningún resultado sustantivo. A las cinco semanas de su regreso a Washington, Nixon dimitió en medio del oprobio".
Nadie sabe si se repetirá la historia, pero lo cierto es que la cumbre entre Clinton y Yeltsin, anunciada a comienzos de julio y una de las ordinarias que celebran los dos países, llega en un mal momento. Pese a la fragilidad de Yeltsin, la reciente destitución de los principales reformistas del Gobierno ruso, la ausencia de un primer ministro aprobado por la Duma y las dudas sobre la voluntad rusa de adoptar medidas duras que consoliden el capitalismo, la Casa Blanca, tras un intenso debate interno, decidió el viernes seguir adelante con el encuentro. El propio Clinton explicó que su viaje a Moscú pretende ejemplificar el valor de la amistad en tiempos difíciles. Pero los tiempos son difíciles no sólo para Clinton y Yeltsin, sino para mucha más gente; y lo malo es que la propia Casa Blanca adelanta que en Moscú no se anunciarán pasos significativos en materia de desarme, lucha contra el terrorismo, apaciguamiento de conflictos regionales y restauración de la confianza de los mercados financieros internacionales.
Peor todavía, Clinton y los suyos viajan a Moscú sin saber quién está al mando, con quién van a negociar y qué va a pasar con la transición rusa a la economía de mercado. Lo único seguro es que Clinton les dirá a los rusos que no tienen otra alternativa que seguir sufriendo en su caminar por la senda del capitalismo, y que Clinton y Yeltsin se abrazarán efusivamente ante las cámaras de televisión.
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