La confesión pública del presidente reaviva el debate nacional sobre su idoneidad para la Casa Blanca
Si el objetivo principal de la confesión de Bill Clinton era que el país pasara la página del caso Lewinsky es evidente que el presidente fracasó en su intento. Su reconocimiento público de que anteriormente había mentido bajo juramento y engañado a la nación y a su familia sobre sus relaciones con la ex becaria de la Casa Blanca no han hecho sino avivar el debate nacional sobre el carácter del presidente. La prensa nacional era ayer prácticamente unánime en sus críticas a la intervención televisiva de Clinton y las encuestas mostraban un descenso vertiginoso en su consideración personal.
El columnista y vicepresidente de la agencia Associated Press, Walter Mears, empezó ayer su análisis político, distribuido a todo el mundo, con la siguiente frase: "La confesión de Clinton en el affaire Lewinsky convierte a Clinton en el más cojo de todos los patos cojos [una expresión de la jerga política norteamericana para describir a los presidentes salientes]. Probablemente, se mantendrá en la Casa Blanca el resto de su mandato, pero sus mentiras al pueblo norteamericano dañarán su credibilidad". En un editorial titulado, "Clinton habla... un poco", el periódico más influyente del país, The New York Times, se lamentaba de que Clinton "hubiera dejado pasar una oportunidad vital para curar [las heridas] del país e iniciar la rehabilitación de su carácter a los ojos del público". "En su lugar, Clinton se apuntó a su habitual mezcla de verdad mínima y berrinche político con los que consiguió ser elegido dos veces, pero que no le convertirá en un líder añorado cuando abandone Washington", afirmó el diario neoyorquino.
Por su parte, el USA Today, en su editorial acusó a Clinton de "supeditar los intereses de su familia a sus pasiones", y de "utilizar esos intereses como un escudo, una vez descubierto, para crear simpatía hacia él". "¿Por qué tiene el público que creer a un hombre que se niega a aceptar la responsabilidad plena de la miseria que ha causado al país?", se pregunta el diario.
Entretanto, las encuestas hechas poco después de la intervención presidencial confirman el grado de aceptación popular de la labor presidencial de Clinton, pero, sin embargo, reflejan una caída vertiginosa en su consideración personal. En un sondeo de la CNN/USA Today, el 62% de los encuestados aprueba la gestión oficial de Clinton, pero sólo el 40% confía en él como persona, una caída de 20 puntos desde la pasada semana. En otra encuesta de la cadena ABC, dos tercios de los preguntados se pronuncia en contra de la dimisión o del impeachment (acusación previa al proceso de destitución).
En cuanto a los políticos, lógicamente, cada uno arrima el ascua a su sardina, aunque es notable la ausencia inicial de reacciones por parte de los notables del Partido Demócrata, el de Clinton. El vicepresidente Al Gore, a quien la prensa le había reprochado sus vacaciones en Hawai en estos momentos de crisis, manifestó desde Honolulu su creencia de que había llegado la hora de "dejar atrás este asunto para ocuparnos de los asuntos que afectan a Estados Unidos".
Madeleine Albright, de visita en Kenia y Tanzania, reafirmó su "confianza" en Clinton y añadió que, "con su viaje a Africa, cumplía las instrucciones del presidente de mirar hacia adelante y cumplir con nuestras obligaciones". Albright era uno de los miembros del Gabinete que más intensamente había negado la relación de su jefe con Lewinsky.
Por su parte, el Partido Republicano, que hasta ahora se había mantenido en segundo plano durante todo el escándalo, expresó ayer por boca de varios de sus portavoces su indignación por el contenido de la intervención de Clinton. El ex vicepresidente Dan Quayle, uno de los aspirantes con poco éxito a la candidatura presidencial republicana, pidió la dimisión de Clinton, "porque hay que anteponer los intereses del país a los propios".
Otro aspirante republicano, el senador John Ashcroft, expresó su "desilusión" por los ataques dirigidos por Clinton contra el fiscal especial, Kenneth Starr, "en un intento de desviar la atención [sobre su conducta]". "No creo que el presidente haya explicado su comportamiento", dijo. La irritación de Ashcroft por los ataques a Starr fue compartida por uno de los personajes más influyentes del Congreso, el senador republicano Orrin Hatch, presidente de la poderosa Comisión de Justicia del Senado.
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