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FESTIVAL DE SALZBURGO

Sopor milenarista con Hal Hartley

El cineasta neoyorquino presenta "Soon", una obra sobre la secta de los davidianos en Waco

Cine y teatro emplean lenguajes distintos. Hal Hartley, autor de películas de éxito como Henry Fool o Simple men, ha confirmado el tópico con su primer trabajo para la escena, Soon, que se representa estos días en el Festival de Salzburgo. Basada en los trágicos sucesos de los seguidores de David Koresh, instalados en el Monte Carmelo, cerca de Waco (Texas), donde resistieron al asedio de la policía durante más de 50 días y acabaron sucumbiendo a un devastador incendio televisado en directo el 19 de abril de 1993, la obra está pasando sin pena ni gloria por la escena salzburguesa.

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El profesional confundido

El género en el que pretende inscribirse Soon lleva a engaño. "Musical play by Hal Hartley", reza el subtítulo. Nada de eso. Soon es teatro de texto. Y vaya texto: una hora y 45 minutos de devaneos teológicos, de cábalas sobre la Biblia, de discusiones sobre la inminente llegada del milenio, del apocalipsis que pondrá fin al reino de Babilonia. La música, grabada, compuesta por el propio director en colaboración con Jim Coleman, es un simple fondo que subraya determinados pasajes. Nada más.En escena, siete actores, cuatro hombres y tres mujeres. Una escena pelada: paneles de vidrio grueso al fondo, que giran sobre su propio eje y que permiten a los actores desplazarse del primer plano al segundo sin dejar de ser vistos. El lugar donde se monta Soon es una antigua y desvencijada fábrica para el manufacturado de la sal que dejó de funcionar en 1989, situada en una isla en medio del río Salzach, en Hallein, 13 kilómetros al sur de Salzburgo.

Gestos sin vibración

Los actores van vestidos todos de gris. Ellos, con camisas y tirantes al modo amish; ellas, con acordes faldas hasta el tobillo. Se mueven muy lentamente, con pasos de danza poco vistosos. Los rostros y los gestos no dejan traslucir vibración alguna. Está claro que el protagonismo indiscutible va a tenerlo la palabra. El montaje emplea únicamente cuatro micrófonos de mango largo con los que los actores irán apuntándose unos a otros cada vez que han de hablar. Palabras, pues, convertidas en rifles, en disparos cruzados. Pero sólo visualmente, pues luego esos disparos no salen del escenario para incrustarse en la mente de los espectadores, sino que se quedan en mortecinas salvas de fogueo.Soon, lo dice el propio título, es la historia de una espera. Espera de lo inminente, de lo desconocido y fatalmente mortal. Hartley ha reclamado para sí en alguna entrevista ascendencias beckettianas a su obra. La espera de los siete tipos es efectivamente tan absurda como la de Godot, pero mucho menos interesante. Nada sabemos de estos siete personajes: de dónde vienen, qué hacían antes, por qué decidieron irse a vivir juntos. De por medio se producen sueños de difícil interpretación, dudas, celos. Hasta que llega el líder, David, convencido de que Dios le ha escogido como profeta en su condición de pecador. Y en esta condición se acostará con todas las señoras del lugar, reclamando a los demás que se mantengan puros pues han sido elegidos entre las 144.000 personas de todo el mundo que van a librarse del castigo. Así cualquiera.

El momento dramáticamente más salvable llega hacia el final, cuando de las palabras de los siete iluminados se deduce que el asedio ha comenzado. Hay ahí un cruce crítico de lenguajes cerrados, el de los de fuera que hablan de lavado de cerebro y de rehenes y el de los protagonistas que se interrogan sobre el significado de estas palabras, sin llegar a comprenderlas. Es evidente que el desenlace está a las puertas. Éste se reduce a unos potentes focos blancos desde el fondo, por detrás de los vidrios, y a una iluminación roja de la escena, mientras una música electrónica monocorde evoca el fragor del asalto.

La monotonía de las imágenes, de la iluminación y hasta de la música es difícilmente explicable. De un director de cine cabía esperar mucho más, francamente. Pero por el teatro de Hartley está claro que no ha pasado Peter Brook, ni Pina Bausch, ni siquiera la Fura dels Baus. Es muy posible que como cineasta no necesite estos referentes para nada. Pero como director de teatro, si es que pretende seguir en esa dirección, haría bien en mirárselos y llegar a alguna conclusión.

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