Patria querida
La coincidencia entre la crisis asturiana del PP, en la que tan a fondo se ha implicado el vicepresidente del Gobierno, y ciertos movimientos de Aznar destinados a acreditar una imagen más centrada y moderada de su política, han dado pie a especulaciones sobre una eventual salida de Álvarez Cascos del Ejecutivo. Es cierto que mientras el actual vicepresidente primero siga ocupando sus cargos en el Gobierno y en el partido, cualquier intento de dulcificar la imagen de derecha autoritaria que proyecta Aznar está condenado al fracaso. Ayer se desmentía desde el ámbito del vicepresidente que se hubiera planteado la posibilidad de dimisión del Gobierno y se afirmaba que lo único que hay es la intención de Cascos de abandonar la secretaría general del PP en su próximo congreso. No es seguro que Aznar pueda -o quiera- prescindir de su más directo colaborador, pero es cierto que cada día que pasa sin que Sergio Marqués dimita como presidente de Asturias se resquebraja un poco más la autoridad política del vicepresidente primero.Pasan las semanas, y lo que parecía un gesto de resistencia temporal de Marqués tiende a estabilizarse, y ya hemos visto al resistente compartir actos públicos con el portavoz del Gobierno, Josep Piqué, y hasta con el propio Álvarez Cascos. La situación es aparentemente insostenible, porque Marqués sólo cuenta con el apoyo de cuatro diputados autonómicos en una Cámara de 45. Pero mientras se mantenga al frente del Gobierno regional seguirá controlando el presupuesto, inaugurando obras y aprobando proyectos. A los 17 alcaldes -de la treintena con que cuenta el PP en el Principado- que se decantaron por Marqués se han añadido otros siete independientes. La dirección del partido en Asturias contaba con ellos para una operación destinada a ampliar su base social con vistas a alcanzar la mayoría absoluta en las elecciones regionales del año próximo. Ahora, ni siquiera es seguro que vaya a ganarlas.
Los dos protagonistas principales de esta crisis, antiguos amigos, se acusan mutuamente de autoritarios y personalistas, y ambos tienen seguramente razón. Marqués ha sido objeto de seis homenajes, seis, en las últimas semanas, y ha multiplicado su presencia en toda clase de inauguraciones y actos de autoafirmación. Álvarez Cascos ha realizado una decena de visitas a Asturias desde que estalló la crisis. En la más reciente invocó a Jovellanos como ejemplo de gobernante impopular en su tiempo pese a su entrega en favor de la patria. Antes argumentó contra la "presidencialización del régimen parlamentario" en un artículo de periódico que incluía intencionadas referencias a las "ocurrencias" de los líderes "populistas". En sus discursos ha combinado llamamientos a la concordia con advertencias severas a los alcaldes que respaldan a su rival. Les acusó de querer sacar ventaja de la situación y les recordó el poco brillante porvenir que tuvieron los ediles que en Cantabria se alinearon en su día con Juan Hormaechea.
La referencia al ex presidente cántabro no es superflua. Marqués ha calificado de infamia la insinuación de que se proponga crear un partido asturianista para prolongar su carrera política. Pero sus enemigos piensan que esa hipótesis es en realidad la única que explica su resistencia numantina y alertan sobre el riesgo de que utilice el presupuesto como palanca para tejer una red de lealtades. Una encuesta publicada a mediados de julio le auguraba suficiente representación como para condicionar a cualquier gobierno, dado el equilibrio existente en Asturias entre la derecha y la izquierda. Esa inquietud agrava la responsabilidad de Álvarez Cascos en una crisis que en gran medida provocó y que luego no ha sido capaz de explicar y tampoco de superar. De ahí que su autoridad se resienta no sólo en su lar asturiano, sino también en el ámbito nacional. Aunque sea cierto que Aznar no piense todavía en prescindir de él.
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