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El músico y su laberinto

Diego A. Manrique

Para la industria de la música, Prince es el peor enemigo de sí mismo. La decisión de 1993 de cambiar su nombre por un símbolo impronunciable es un mero capricho en una cadena de dislates. Esencialmente, el problema del Artista Antes Conocido Como Prince es la insistencia en decidir cómo y cuándo publica su música.Un derecho que él considera inalienable pero que, a la vista de las cifras de ventas, está hundiendo su carrera discográfica. La mercadotecnia de un artista tan polifacético ya es bastante difícil sin tomar en cuenta que tiende a saturar el mercado con un ritmo de publicación de discos demasiado acelerado, confundiendo y desanimando a todos excepto los seguidores más aguerridos.

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Y su reputación no mejora con los sucesivos renuncios. Hace un año, anunciaba que prescindía de la industria discográfica y publicitaba vía Internet su nuevo trabajo, Crystal ball (para desesperación de sus fanáticos, buena parte de ese material no era realmente nuevo). Sin embargo, su último trabajo -New power soul, firmado por New Power Generation- es distribuido por BMG. El amateurismo de su presentación revela que sigue sin atender consejos exteriores.

La dosificación de su talento continúa como la gran asignatura pendiente de Prince. Sin embargo, no sufre agobios económicos: prospera como artista de directo, evitando intermediarios en sus giras. Que cuentan con un público entusiasta, sabedor de que Prince es generoso en sus conciertos, donde -musicalmente- todo puede ocurrir. Sin olvidar sus ocasionales apariciones posteriores en pequeños locales, donde Prince demuestra que, por lo que respecta al acto de creación, le cuadra el adjetivo de "insaciable".

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