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Tribuna
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Objetivo

Pides que en la factura te carguen el IVA y te miran como a un excéntrico. Pretendes declarar el coste real de la transacción en la escritura de una compra-venta y te tratan como a un bicho raro. El dinero negro fluye por las venas de la economía valenciana con una generosidad y una abundancia que convierten, todavía, una práctica fiscal simplemente correcta en una manía. Para detectarlo no hace falta ser un economista avezado. Basta con salir a la calle. No hay más que meterse en el mercado, aunque sea eventualmente, para constatarlo. Y resulta que la economía sumergida puede ser clave a la hora de situarnos como Objetivo 1 o de "desplazarnos" al pelotón de los países ricos, que no necesitan ayudas especiales para equilibrar su economía con la del resto de la Unión Europea. Tiene problemas el presidente Zaplana con el Objetivo 1. Se juega en el asunto unos 130.000 millones de pesetas anuales, cantidad nada desdeñable, y sabe que su falta se notaría indudablemente en las cuentas de la comunidad autónoma durante los primeros años del siglo XXI. Por eso intenta que la Comisión Europea no introduzca un baremo sobre el dinero negro que manejamos los valencianos a la hora de establecer si superamos o no el 75% de la renta per cápita europea, frontera en la que una región deja de ser pobre o sigue siéndolo a efectos de la contabilidad comunitaria. Uno espera que a Zaplana, que se compró a buen precio hace unos meses un apartamento de lujo en Valencia, como también lo hizo el consejero de Economía y Hacienda, José Luis Olivas, eso del dinero negro le parezca una fantasía y que mantenga incólume la fe al pelear en Europa para que no nos saquen los colores con la comparación de lo que consumimos con lo que decimos ingresar o para que no nos pidan explicaciones sobre el contraste entre la producción que declaran nuestras empresas y la exportación real que realizan. Puede parecer un objetivo absurdo el de seguir siendo acreedores de los fondos estructurales europeos. No lo es, dentro de la ficción hipócrita que marca actualmente la política económica. En todo caso, cuando se habla de economía sumergida, no parece que tenga nada que ver el trabajo oculto de miles de personas en talleres y obradores, sin control laboral ni condiciones de seguridad e higiene, con el baile frenético del dinero negro que la implantación del euro está haciendo emerger en las manos de ciudadanos supuestamente respetables. ¿O tiene algo que ver aún la explotación de los más débiles con las heterodoxias financieras de los más solventes?

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