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Crítica:FESTIVAL DE JAZZ DE SAN SEBASTIÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Celebración surafricana de Abdulah Ibrahim y Ladysmith Black

El Festival de San Sebastián se despidió de la plaza de la Trinidad con un doble concierto dedicado a Suráfrica. El grupo vocal Ladysmith Black Mambazo, descubierto por Paul Simon, contrapuso su filosofía lúdica y ritual al pianismo introspectivo y contenido de Abdulah Ibrahim. Poco antes, el también pianista Randy Weston regaló a auditorio donostiarra un recital de dimensiones catedralicias.

Como remate, un grupo integrado por Perico Sambeat (saxo alto), Albert Bover (piano), David Mengual (contrabajo) y Marc Miralta (batería), cuatro grandes del jazz español, protagonizó una jam session auspiciada por Satchmo jazz.El aspecto humilde de los 10 miembros de Ladysmith Black Mambazo podía inducir a error, porque este coro a capella que colaboró con Paul Simon en el influyente proyecto Graceland y acompañó a Nelson Mandela a recoger el Nobel de la Paz, es el grupo africano que ostenta la marca de discos vendidos con la nada despreciable cifra de tres millones de copias. Presume de ejemplificar las tradiciones de su país, y lo cierto es que desde que saltó a la fama se ha multiplicado el interés por descubrir las fuentes de la cultura autóctona. Se sabe que la música Isicathamiya surgió en las minas de Suráfrica para olvidar cada domingo los rigores del trabajo diario. Es una manifestación festiva que busca vías de escape más que denuncia, y así la expresaron Joseph Shabalala y los suyos a en cantos que hablan de amor y describen bodas y escenas de caza con candor entusiasta. Lástima que aunque hicieron todo lo posible para hacerse entender escenificando textos con atléticas coreoografías, el canto en zulú impidió captar el significado real de los textos. El suyo fue un concierto que hubiera precisado un manual de instrucciones para pasar de lo simplemente divertido.

El aspecto severo y la música grave y flotante de Abdulah Ibrahim condujeron a una Suráfrica del todo diferente. Descubierto nada menos que por Duke Ellington, el pianista de Ciudad del Cabo intelectualizó y refinó la música religiosa y folclórica de su país con rasgos impresionistas y metodología jazzística. Su concierto empezó tan callando que se oyó al cámara de televisión advertir a su realizador que aquello ya estaba en marcha. El arranque de rienda corta estaba justificado porque cuando se plantea una actuación sin interrupciones hay que dosificar esfuerzos. El Ibrahim del minuto cero pudo parecer un músico de sangre fría, pero el desarrollo descubrió su rara capacidad para mantener el pulso emocional incluso a media potencia, y sólo con esporádicos aldabonazos rítmicos.

La jornada había empezado con la portentosa demostración de un estadounidense de nacimiento pero norteafricano de vocación. El tercer concierto de la sección Jazz de cámara era un acontecimiento, porque escuchar a Randy Weston en solitario es un acto revelador en forma de Summa artística que incita a remontarse en la historia y a abrirse al futuro: la Británnica puesta al día del piano de jazz. El pianista sólo interrumpió su hercúleo recital para pedir que los flashes y los clics furtivos dejasen de robar espiritualidad a su música. Habían transcurrido entonces 50 minutos de ideas encadenadas con gloriosa imaginación y expuestas con resplandeciente claridad. Weston escogió temas como Little Nilef, Con alma o Hi-fly para tejer un manto sonoro largo y tupido, apenas adornado por sobrios arabescos que jamás caían en el tópico. Acabó con la imponente llamada de atención de Blue Moses, verdaderas campanas celestiales que debieron de escucharse en su adorada África.

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