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PASEOS

Mil años de una fortaleza El castillo de Baños de la Encina daba cobijo en el siglo X a las tropas bereberes

Las tropas bereberes eran tan brutales que ni la población a la que supuestamente defendían quería tratar con sus miembros. Para evitar este contacto y darles guarida se construían los castillos llamados de posta, en los que las tropas se avituallaban sin tener contacto con la población. Una de esas construcciones se mantiene erguida en Baños de la Encina (Jaén) desde el siglo X en muy buen estado. El castillo sirvió para proteger al pueblo de sus propios soldados y mucho más tarde, nueve siglos después, se utilizó para guardar el cuerpo de los muertos. Ahora, mil años transcurridos desde que se terminara de construir, se deja patear por los visitantes. La construcción de este enclave, ordenada por el califa Alhake II, acabó en el año 968. Se cuenta que tuvo la biblioteca más grande de Europa y del gusto refinado producto de sus lecturas debió salir la fortificación, en origen perfectamente adornada hasta en el exterior con dibujos geométricos que simulaban grandes piedras con las que se pretendía dar al castillo la impresión de una construcción mucho más fuerte de lo que en realidad era. Los materiales sobre los que se sustenta son el barro, la cal y pequeñas piedras. Todo junto y bien mezclado formaba una especie de duro cemento que se mantiene a lo largo de los siglos, a pesar de las remodelaciones y las actuaciones cristianas que se realizaron después de la expulsión de los árabes. Entre los siglos XII y XIV el castillo, llamado originariamente Bury Al-Hamma, vio como en el interior de sus murallas se construía una segunda edificación. Quien quiera invadir, debieron pensar los constructores, tendrían que conquistar por dos veces. Fue entonces cuando se levantó la torre del Homenaje, que en Baños se llama la "torre gorda" por su anchura. El paisaje que se observa desde ella es sorprendente. Un inmenso valle de olivos reflejados en una cola del embalse del Rumblar, vistas de Sierra Morena y el pueblo a los pies. La torre deja ver las casas de lo que fue el antiguo casco urbano de Baños, encorsetado entre el propio castillo y una iglesia construida en el siglo XV. El pueblo oprimido entre los dos poderes, como pone de manifiesto en sus estudios José María Cantarero, licenciado en Historia. Una tradición dice que San Fernando nació en este castillo. Otra leyenda cuenta la historia de las dos hermanas. Durante la reconquista se encerró en el calabozo del castillo a un joven soldado noble cristiano del que se enamoró una de las hijas del alcaide árabe que lo regentaba. Ellas cayeron en las redes del noble cristiano y se convirtieron a su religión, lo que provocó las iras del padre hasta el extremo de que ordenó tirar a ambas a las aguas del Rumblar. Cuando se estaban ahogando surgieron dos grandes piedras, que desde entonces se llaman las de las dos hermanas. El padre no pudo aguantar el dolor del castigo que él mismo se impuso y terminó con su vida en la Fuente de Sal Si Puedes, sobre la que lloró su suerte. Desde entonces, continúa la leyenda, de allí manan aguas rojizas que todavía hoy pueden verse. De la fortaleza de Baños no son restos los que ve el viajero, sino la construcción entera. Es monumento histórico artístico nacional desde 1931 y sobre él ondea la bandera del Consejo de Europa, desde el año 1969 cuando esta institución consideró que por méritos propios este castillo debía destacar como una de las joyas de Europa. El uso de la fortaleza cambió en el siglo XIX para convertirse en un cementerio. Las entradas a los castillos árabes tiene forma de ele, lo que implicaba que el cortejo fúnebre tenía que hacer un recorrido casi procesional hasta que el cadáver era enterrado. Esto se consideró una desventaja y una pérdida de tiempo, por lo que en el siglo pasado decidieron romper parte de la muralla para dejar un acceso directo. Esta es la última modificación que se ha realizado y así permanece. El interior del castillo deja ver todavía las huellas de este uso como cementerio. Los familiares de los enterrados junto a los muros aprovecharon la pared para dibujar grandes cruces cristianas que permanecen como heridas verticales.

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