La espiral de lo peor
Siguiendo la ley del péndulo, estamos pasando de las bucólicas ideas del pirómano, que sueña tras las llamas con un resultado de magníficas praderas, a las drásticas ideas del bombero enamorado del derribo encharcado. En diciembre de 1982, los socialistas llegaban al Gobierno tras una apabullante victoria electoral. No tenían en el mejor de los casos más experiencia que la municipal. Iban a tomar el mando de los aparatos del Estado heredados íntegros del régimen franquista sin depuración alguna. Los efectivos humanos que en ellos anidaban habían sido reclutados para combatir como integrantes de la Antiespaña a quienes en esos momentos llegaban al ejercicio de las máximas responsabilidades. Los nuevos jefes debían superar la hostilidad inicial y ganarse la obediencia. Pudieron pensar que lograrían mejor ese objetivo haciendo ejercicios de idoneidad, que vaya usted a saber si incluyeron la aceptación de inercias anteriores. Algo así como ese "pensaban que no nos íbamos a atrever, pues ahí queda eso", que resonó en Ankara. Si ése hubiera sido el caso, quienes imaginaron que así se habilitaban para el mando estarán ahora asombrados por que se les declare invalidados a instancia tenaz de quienes habrían resultado más beneficiados por sus hipotéticas condescendencias.Para entonces hacía años que Wilkinson, en su libro Terrorism and the Liberal State (Macmillan, Londres, 1977), había establecido cómo el principio del mantenimiento de los procesos democráticos de gobierno y el imperio de la ley están muy por encima del de la eliminación del terrorismo y de la violencia política como tales. Pero algunos de los socialistas que accedían a las mayores responsabilidades en ese área no habían tenido tiempo de leer a Wilkinson ni lo iban a tener acuciados como estaban por el acoso del terrorismo. También Grant Wardlaw, en Political Terrorism, publicado en 1984 por Cambridge University Press, había sentenciado que "la mayoría de las formas potenciales del terrorismo y todos los tipos conocidos hasta la fecha no plantean una grave amenaza a la existencia de los Estados democráticos, mientras que algunas medidas antiterroristas podrían ser a la larga más peligrosas que el propio terrorismo para las libertades e instituciones democráticas".
Así que, en línea con este último autor, años después aquí se tomó la opción experimental de llamar a la Justicia con el mismo espíritu de urgencia con el que se llama a los bomberos. Pero los bomberos -acabo de presenciar su actuación en el caso del incendio producido en la noche del 16 de julio en Radio San Sebastián- son siempre un último recurso. Quien reclama sus servicios debe saber que su actuación obedece a pautas muy drásticas y produce siempre daños colaterales tan involuntarios y cuantiosos como inevitables. Se podía observar durante aquella madrugada donostiarra cómo iba aumentando el público curioso concentrado ante el edificio número 27 de la avenida de la Libertad. Efectivos policiales de obediencia municipal y autonómica mantenían a distancia prudencial a los circundantes, que guardaban respetuoso silencio. Por el contrario, en el caso Marey la acción de la Justicia ha venido siendo ruidosamente jaleada por hoolligans de muy diferente procedencia e intención, propensos en todo momento a interferir en las actuaciones de un cuerpo profesional, el de los magistrados, con sus togas de reglamento, confeccionadas en base a tejidos muy distintos de los ignífugos, que son preceptivos en la indumentaria de los bomberos.
Difundido el fallo del caso Marey, mientras llega la sentencia, parece que el PP vuelve al estribillo de su programa máximo: encarcelar a González y aniquilar al PSOE. Andrés Ollero, Ramón Aguirre, Luis de Grandes y otros miembros del Grupo Parlamentario Popular, junto con todo el elenco de contertulios de Radio Nacional de España, desde Carlos Dávila hasta Ramón Pi, compiten sin descanso en descalificaciones al ex presidente y a los socialistas. Es la espiral de lo peor. La que induce respuestas si cabe más degradadas. La que ambienta el antagonismo y la discordia. Es un buen entrenamiento para llegar a mirarnos como enemigos irreconciliables. Este 98 también se merecía un desastre y lo estamos preparando.
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