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Estival

Afloran como setas. Me refiero a los proyectos, iniciativas, foros y propuestas diversas que tratan de ofrecer el abracadabra que nos traerá la paz definitiva. Y tanta polución es posible que sea reflejo de un anhelo, pero de ninguna manera constituye buena señal. La proliferación dispersa y confunde, y, aun a riesgo de soltar una perogrullada, diré que sólo hay dos vías para encarar la solución: o está en lo que hay, o está en lo que no hay. Si está en lo que hay -Constitución, Estatuto, respeto a la voluntad de los navarros- puede ser que, con algún matiz, la solución la tenga Mayor Oreja y que no nos quede otra salida que apretar filas. ¡Ah! -me estarán objetando ya los más sagaces- pero es evidente que ahí no está la solución, luego lo que hay no sirve y por lo tanto habrá que buscar en lo que no hay. Su objeción, sin embargo, habrá olvidado lo de apretar las filas, pues por esa vía jamás nos hemos achuchado, y tampoco tendrán en cuenta mis objetores que su conclusión es, en realidad, una premisa. Aclaro: no es que concluyan que hay que buscar en lo que no hay, sino que parten ya de ello. Si todos los que constituimos la mayoría democrática de este país estuviéramos de acuerdo en que lo bueno es lo que hay, achucharíamos, vaya si nos achucharíamos. Y dejaríamos de buscar en otra, otras, infinitas direcciones. Pero no ocurre así. Y qué le vamos a hacer. Hay quienes, si nos atenemos a su actuación política, no se muestran muy convencidos con lo que hay. Parecen querer más, o al menos otra cosa. Y, naturalmente, no vamos a ser nosotros quienes les neguemos el derecho a querer lo que quieran. El problema está en que los ciudadanos de este país no sabemos lo que quieren, y me temo que ellos tampoco. ¿Hay alguien que puede indicarme lo que quiere, por ejemplo, nuestro partido mayoritario? ¿Acaso la autodeterminación?, ¿la independencia tal vez?, ¿el desarrollo de la Disposición Adicional?, ¿la conquista de Europa? Si y no, responderá cualquiera de ustedes a cada una de estas preguntas, todo y nada. O sea, ni se sabe. Y como no se sabe, o no se quiere, se lanza entonces todo ese maremagnum de expertos, expertillos y quincalleros de la confusión. De paso, nos hacen interesantes, quizás algo exóticos. La época estival es abundante en universidades y cursos extraordinarios. En el calor, no sólo los cuerpos, sino también las ideas hierven, y apenas iniciando el estío vemos ya cómo flirtean las diversas soluciones que buscan dar nombre a lo que no hay. De entre el magma a que hacía referencia aquí el día pasado Imanol Zubero, quiero destacar las aportaciones de Miguel Herrero de Miñón y de Johan Galtung. Ambas personalidades me merecen respeto, pero me parece mucho más realista la propuesta del primero que la del segundo, ya que la de éste me da que se va por los cerros de Úbeda. De entrada les diré, sin embargo, que no me gusta ninguna de las dos. La propuesta de Herrero tiene la virtud de entroncar con cierta tradición política de este país que sigue, además, muy enraizada en nuestro imaginario. De todos modos, me suena a rancio todo ese cruce entre liberalismo y Antiguo Régimen que se adivina en la argumentación de Herrero. Puede que sirva para solucionar el problema de España, pero dudo de que resuelva el problema de Europa, que es el que se nos avecina, y por lo tanto, tampoco resuelve el problema vasco, creando quizás un conflicto añadido de cara a un futuro inmediato. En cuanto a Galtung, lo que pude concluir tras su intervención fue que su propuesta olía a tiralíneas, y que hacía suyo un prejuicio bastante extendido entre algunos expertos extranjeros: el pueblo vasco "es" y "es" al margen de sus concreciones; el resto es aparato. Sin embargo, ni el PP ni el PSE son aparato, sino que representan a cientos de miles de ciudadanos que también son vascos. Es curioso que los ciento cincuenta mil votantes de HB merezcan tanta atención, respeto y esfuerzo, y que otros cientos de miles de ciudadanos sean arrinconados en la nada. O en la voz de un experto que haya de susurrar al oído de sus gobernantes la decisión que habrán de tomar por ellos. Sin contar con ellos, por supuesto.

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