Un rutinario director arruina una buena inauguración con Gershwin
El Festival Internacional de Peralada (Girona) abrió el sábado su 12ª edición homenajeando al compositor George Gershwin con una selección de fragmentos de su ópera Porgy and Bess y con un buen reparto de cantantes americanos negros encabezado por el barítono Simon Estes. La noche, que prometía -en el escenario, la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya, en muy buena forma, y el Orfeón Donostiarra, inmenso-, se abrió con Stravinski, Scherzo a la rusa y Sinfonía de los salmos, pero un rutinario director de orquesta, el estadounidense William Vendice, consiguió arruinar una buena inauguración.La música del siglo XX, aunque sea la del ya digerido Ígor Stravinski, no es uno de los fuertes del público del Festival de Peralada. Fue el reclamo del nombre de Gershwin y su ópera Porgy and Bess, y la presencia en el programa del barítono Simon Estes y del Orfeón Donostiarra, habituales de las noches del festival, lo que le hizo que se llenaran las gradas de los jardines del castillo de Peralada. Servir al público como aperitivo el breve Scherzo a la rusa y de primer plato la solidísima Sinfonía de los salmos era una excelente idea.
La Simfònica de Barcelona, que atraviesa uno de los mejores momentos de su historia y que después de 10 años volvía a actuar en el festival, y el Orfeón Donostiarra, que nunca decepciona, podían perfectamente descubrir a esos oídos habituados a la música del siglo XIX la grandeza que encierra la buena música del siglo XX, aunque ya estemos a punto de inaugurar el siglo XXI. Si alguno quedaba con mal sabor de boca, allí estaba el segundo plato, Porgy and Bess, puro ritmo y melodía, música al estilo europeo y jazz, para endulzar los paladares. Pero aunque el restaurante era bueno y los ingredientes excelentes, falló el cocinero, el director de orquesta estadounidense William Vendice, un desconocido en España.
Paladares desconcertados
El breve Scherzo a la rusa (1944) dejó desconcertados los paladares. Sin el colorismo folclórico y el frenético ritmo de otras obras de Stravinski de inspiración rusa, el Scherzo, puro lirismo, podía haber preparado los paladares para el consistente primer plano. Pero Vendice cocinó sin interés, no matizó los sabores del breve pero esencial aperitivo y sirvió la obra como si de un ensayo se tratara.No corrió mejor suerte la Sinfonía de los salmos. Compuesta en 1930 por encargo de la Orquesta Sinfónica de Boston para conmemorar su 50º aniversario, Stravinski adoptó el término sinfonía como una unidad de concepto y como forma de organización de la obra en tres tiempos, pero con una estructura completamente libre. La completa ausencia de matices -Vendice se limitó a marcar el compás, dar las entradas y poco más- convirtió la obra en un pesado y monótono plato del que sólo consiguió salir mínimamente indemne el Orfeón Donostiarra.
Con Porgy and Bess la cosa mejoró. El currículo de Vendice dice que ha dirigido la ópera de Gershwin en medio mundo, y aquí la experiencia le salvó de arruinar completamente la velada. El cuarteto solista, cuyos miembros son todos estadounidenses, redimió al público del tedio con sus magníficas interpretaciones y con sus intentos de semi escenificar una versión de concierto de los más populares fragmentos de la ópera, que podía haber sido excesivamente encorsetada.
Simon Estes fue un Porgy de lujo. No se quedó atrás la soprano Gwendolyn Bradley, de bellísima voz, que fue una perfecta Bess y cantó el célebre Summertime como hay que hacerlo, como un blues. Estuvieron acertados el tenor Kevin Bagby y la soprano Cynthia Clarey. El Orfeón Donostiarra dio una buena réplica a los cuatro solistas en las partes corales, pero no pudo (porque era imposible) darles ese toque de voz negra que requiere esta ópera, en la que la música al estilo europeo se mezcla con el jazz, el blues y el gospel.
Babelia
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