La Cope, una radio de la Iglesia
El autor sostiene que a la Iglesia no se la puede presentar "como un campo de lucha de influencias y poderes donde se ensoñerean la rivalidad de los intereses"
Juan Pablo II dirigió el pasado día 6 de junio un mensaje personal al presidente del Consejo de Administración de Radio Popular-Cadena Cope, a los directores de todas las emisoras Cope y asociadas y a los directores de los principales programas. Todos ellos acaban de celebrar en Roma su Convención Anual. La carta apostólica no es insólita. Tiene, sin embargo, una gran significación. Porque demuestra la atención que presta el Papa a estas emisoras españolas y aprovecha la ocasión para definir la identidad y los fines de esta radio de la Iglesia. Para ello se vale de la doctrina común que ha venido sosteniendo el magisterio pontificio sobre los mass media a lo largo de los últimos treinta y cinco años."Ante todo", según las palabras del Papa, " el carácter católico de la Cope debe evitar equívocos y os compromete a todos a la coherencia con los principios y valores del humanismo cristiano. Ello no supone necesariamente identificarse con un modo de hacer radio cuyo contenido sea explícita y exclusivamente religioso, aunque ésta sea una forma muy válida, estimada y seguida por algunas emisoras. En la Cope habéis optado por un modelo de radio más general".
Este modelo de "radio más general" sitúa a esta entidad en el mercado de la competencia leal como lo hacen las Universidades de la Iglesia. El reto se produce aquí en el terreno cada vez más complejo de la comunicación, de la información, de la publicidad y de la gestión empresarial, por referirme a algunas cuestiones más características.
Ninguna institución ni grupo social puede hoy dejar de comunicarse y de producir información. La Iglesia sería culpable si no se hiciera presente en los medios. Así lo entendía Pablo VI en 1975: "La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios, que la inteligencia humana perfecciona cada vez más". El mismo Pontífice antes había declarado en la Ecclesiam suam (1964): "La Iglesia tiene que hacerse palabra, tiene que hacerse coloquio".
•¿Qué pretende la Iglesia en los medios de comunicación?
Conviene deshacer cuanto antes el equívoco. La prensa, la radio y la televisión son mucho más que un potente amplificador electrónico del discurso magisterial. Juan Pablo II lo expresó con toda claridad: "El trabajo de estos medios no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo" (1990). Esta misma preocupación la ha repetido en todos sus documentos y vuelve sobre ella en la reciente carta dirigida a la Cope: "Que el uso de las comunicaciones no se limite a la difusión del Evangelio, sino que integre realmente el mensaje evangélico en la nueva cultura creada por las modernas comunicaciones con sus nuevos lenguajes, nuevas técnicas y nuevos comportamientos psicológicos".
Si nuestros propios medios de comunicación social no reflejan la imagen real de la Iglesia, somos nosotros los que debemos examinarnos y tratar de corregir las deformaciones de esa imagen. Cualquier empresa seria revisaría los posibles fallos de su departamento de marketing. Tienen derecho nuestros oyentes a exigirnos la actitud de diálogo que caracteriza al humanismo cristiano.
Uno de los grandes desafíos que se plantean a la comunidad católica deseosa de estar presente en la comunicación de masas, es la de entablar las mejores relaciones con los profesionales de los medios, sean o no católicos, pertenezcan o no a una empresa católica. El trato entre los profesionales y entre las distintas empresas mediáticas se ha dañado gravemente en la guerra mediática que hemos vivido. El enfrentamiento enconado entre los profesionales de distintas empresas no ha servido más que para minar la confianza y el prestigio de unos y de otros, afectando de rebote a la imagen de la Iglesia. El Episcopado español anunció su voluntad decidida, al comienzo de la democracia, de retirarse de la lucha partidista. Se daña su liderazgo moral cuando alguien pretende identificar a la jerarquía con una determinada opción política. El Papa pone en guardia a la Cope contra esta desviación: "No conviene olvidar que la comunicación a través de los medios no es un ejercicio práctico dirigido sólo a motivar, persuadir o vender. Mucho menos un vehículo para la ideología. Los medios pueden a veces reducir a los seres humanos a simples unidades de consumo, o a grupos rivales de interés". No parece sensato atribuir las ideas por bloques, como si un católico no pudiera colaborar y ejercer su misión en empresas que mantienen una visión crítica de la Iglesia.
•¿Quién habla en nombre de la Iglesia?
¿Quién está legitimado para interpretar sus actuaciones? Todo cristiano está obligado a dar testimonio de sus creencias y el derecho de expresión está reconocido dentro de la Iglesia. No es viable sostener que sólo pueden expresarse en los medios aquellos que hayan sido delegados por la jerarquía católica. La presencia social de toda la comunidad católica española ha sido siempre masiva. Es como una gran catedral que se contempla desde todas partes. Todos los profesionales de la comunicación y de todas las empresas tropiezan, quieran o no, con instituciones, organizaciones y grupos cristianos. Muchas veces se busca explícitamente lo religioso en los espacios profanos. La visión de los agnósticos interesa también a la Iglesia.
La lógica mediática en todos los medios se ha vuelto partidaria de lo espectacular, quizá para poder competir con la televisión. El conflicto ejerce una atracción especial. Los medios operan siempre con figuras simbólicas. Dan sobre todo la palabra a la jerarquía y a quienes la critican. El intento del periodista responde a la demanda de la información espectáculo. Pero esa imagen polarizada de la religión católica es irreal. No refleja ni mucho menos el juicio que la Iglesia tiene de sí misma. Los que vivimos dentro de ella no podemos admitir que se la presente como un campo de lucha de influencias y de poderes, donde se enseñorea, como en la vida política, la rivalidad de los intereses y de las intrigas.
Una de las cuestiones más fundamentales que se le plantean a la Iglesia, en cuanto a su futuro es, por una parte, el modo de determinar y dar forma a su relación con ese Reino de Dios que pedimos con insistencia en el Padre Nuestro y se realiza fuera de ella misma. Por otra parte, el testimonio de la comunidad cristiana será válido si tiene la sinceridad y valentía necesarias para denunciar todo lo que dentro de ella misma es absolutamente incompatible con el amor a Dios y al prójimo. Los empeñados en la dicotomía de lo de dentro y lo de fuera contribuyen a enclaustrar a la Iglesia dentro de sí misma, interrumpen la comunicación y entorpecen "la integración del Evangelio en la nueva cultura" que pide Juan Pablo II.
Se habla de la Iglesia como si fuera una realidad abstracta. La Iglesia nacional eclipsa a las realidades concretas y cercanas de las comunidades locales. Entre las externalidades de la Conferencia Episcopal no pretendidas hay que apuntar el reforzamiento de la abstracción en las relaciones con la sociedad. Uno siente especialmente el silencio observado por los escritores católicos en no pocas cuestiones que afloran en el debate público. La Iglesia española cuenta con prestigiosas escuelas de periodistas. Y en ellas se han formado algunos de los grande profesionales que hoy triunfan. Tengo el temor de que en esas facultades se haya dado más importancia a la forma de escribir y de hablar en los medios que al pensamiento y al diálogo para el que teóricamente se forman estos profesionales católicos.
Los medios de comunicación en todo el mundo atraviesan una profunda crisis de transformación. Corremos el riesgo de simplificar nuestro diagnóstico cuando nos volvemos exigentes en torno a la verdad de lo que relatan. La información espectáculo ha hecho progresar un periodismo personalista que reduce todas las cuestiones al juicio y comportamiento de los actores. Como si la labor de la comunicación y de la información se redujera a la de un espectador que en vez de dedicarse a comprender la trama de la escena, dedica únicamente su esfuerzo a hacer la crítica de la capacidad interpretativa de los actores.
No me resisto a terminar estas reflexiones sin transcribir un párrafo de la Comunión y Progreso (1971): "¿Cómo podrá evitarse que, en el juego de la libre competencia, el deseo de popularidad someta estos instrumentos o los empuje a despertar o exacerbar los impulsos menos generosos y honestos del hombre? ¿Cómo se impedirá que un uso excesivo de los mismos ahogue la conversación y el trato personal en nuestra sociedad? ¿Cómo se utilizarán esos medios sin que resulten dañadas las relaciones entre las personas, especialmente cuando la información se transmite por medio de imágenes?"
1. Vaticano II, Inter mirifica (7-XII-63); Comunión y Progreso (23-V-71); Pablo VI, Evangelii nuntiandi, (8-XII-75); J. Pablo II, Redemptoris missio (7-XII-90); Una nueva era (22-II-92); Etica en la publicidad (22-II-97).
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