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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ante el abismo

EN RUSIA, los acontecimientos van más deprisa que la voluntad de sus dirigentes para solucionarlos. Que el enfermo Yeltsin, que ha retrasado sus vacaciones, se dedicara ayer a la alta diplomacia telefónica -a pedir dinero urgentemente a las potencias occidentales- y a advertir públicamente que "no pasarán" las fuerzas extremistas que ansían el poder, muestra el grado de deterioro a que ha llegado la crisis.El primer ministro Kiriyenko ha dicho que ya no hay mercado financiero en Rusia, donde la Bolsa ha caído un 70% desde enero. Su plan económico de choque depende del visto bueno final de un Parlamento hostil, controlado por comunistas y ultranacionalistas, y que se reunirá la semana próxima. Moscú, zarandeado por la crisis asiática y el desplome del precio de sus materias primas (gas y petróleo), depende absolutamente de Occidente. En los próximos días debería concretarse un préstamo de unos 15.000 millones de dólares del FMI y el Banco Mundial para evitar el hundimiento del rublo, el colapso financiero y unas secuelas político-sociales de alcance imprevisible.

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Hay buenos argumentos para ignorar a Moscú si el Kremlin no está dispuesto a ayudarse a sí mismo. El FMI, tan exigente con otros países en apuros, ha enterrado en Rusia 9.000 millones de dólares en tres años con escasos resultados. El imprevisible Yeltsin ha prometido muchas veces medidas enérgicas contra la corrupción y la evasión fiscal que nunca ha puesto en práctica. Cada vez es más dudoso que el actual Gobierno reformista controle realmente los acontecimientos. Es lícito preguntarse por qué habrían de funcionar ahora unas medidas de rescate internacional que no lo han hecho antes.

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Pero hay razones mejores para que Occidente no pierda a la frágil Rusia, por lo demás un gran almacén de armas atómicas. Lo que peligra en Moscú no es una persona errática y debilitada, Yeltsin, o un Gabinete más o menos reformista. Lo que está en juego ahora es un sistema, la causa misma de la democracia. La desestabilización del gigante euroasiático, verosímil en un caldo de cultivo de extremismo político y amplio malestar social, tendría consecuencias incalculables. Nadie resultaría indemne.

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