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Ratas en la tierra de Espartaco

Carmen Morán Breña

A la alcaldesa de Espartinas le gusta el centro de producción y experimentación animal que ha montado la Universidad de Sevilla en su pueblo. "Esto es importantísimo para el que lo haya soñado y no es una cosa normal y corriente para un pueblo de 5.000 habitantes". María Regla Jiménez ha saludado en los pasillos a un señor del pueblo que ha encontrado trabajo con la apertura del centro, pero ella piensa que es "importante que haya empleo, sea para la gente del pueblo o para otros". En realidad, en este animalario, no hay mucho que ver todavía. Todo es aséptico. Tanto, que antes de entrar en territorio animal hay que pasar una sesión de higiene ídem para no contagiar a las ratas de laboratorio que deben criarse como princesas para servir a la experimentación. A lo largo del pasillo sólo hay puertas con un pequeño ventanuco por donde aparecen las jaulas de los roedores, blancos, husmeando entre el serrín, como algodoncitos con patas. Son las ratas Wistar. Una pareja de estos animales puede alcanzar las treinta o cuarenta mil pesetas. Luego depende, si usted las quiere diabéticas pueden ser más caras y si con un punto de madurez -unos dos años- para estudiar, por ejemplo, el parkinson, pues saldrán por un ojo de la cara. Es que todo va en función de la cepa, explicó Óscar Pintado, el director técnico del centro y guía de la visita. Además estos pequeños bichos no pueden cruzarse mucho entre ellos porque la consanguinidad no debe aumentar en demasía. La alcaldesa asiente convencida las explicaciones del rector de la Universidad Hispalense, Miguel Florencio, que explica la importancia de un centro de estas características que surtirá de cobayas a los investigadores y que irá en beneficio, sobre todo, de la salud humana. Para ello, los fondos europeos, Feder, desembolsaron 250 millones de pesetas, pero sólo el mantenimiento del centro, sin contar el gasto de personal, costará 30 millones al año. Desde este centro donde se criarán ratas y ratones y se mantendrán conejos, partirán los animales hasta las distintas sedes de investigación de la Universidad aunque también pueden experimentar allí mismo. La asepsia no debe disminuir con el traslado, si no, de nada habrían servido tantos tubos que sacan el aire de un lado para otro y tantas puertas y contrapuertas donde se quedan aislados los gérmenes. Ni siquiera los patucos, ni los gorros de plástico que ayer se pasaron por alto en la visita. En los respiraderos de las jaulas que servirán para el transporte de los animales también hay filtros. Espartinas, como su propio nombre indica, es la tierra del torero Espartaco. O al revés. Pero decirle al maestro, que arrima los alamares a los cuernos con una provocación de vértigo, que no puede acercarse a estas ratas de la señorita Pepis, porque las contagiaría pues... en fin. El fin también lo puso la alcaldesa, que se disculpó en que tenía obligaciones inexcusables. "Agradezco que pusieran la vista en Espartinas. El que tiene una idea y la consigue es para felicitarlo y yo lo felicito en el día de hoy. Para cualquier cosa me tienen en el Ayuntamiento y si es algo de particular también estoy a su disposición". Estrechó las manos de los responsables universitarios que se acercaron a inaugurar el centro y repitió su ofrecimiento: "Para cualquier colaboración también me tienen a su disposición". Subió al coche de la policía local y se fue.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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