_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Terrazas

Acaba de cumplirse el segundo centenario de la publicación de Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reyno de Valencia, obra señera de la bibliografía sobre tierras valencianas; a la que pertenecen, con referencia a la comarca del Campo de Alicante, los renglones siguientes: "Quien ignore ser suma la escasez de agua en aquella parte del reyno, y que a veces un solo riego basta para asegurar y aumentar las cosechas, extrañará ver salir los labradores hacia sus haciendas quando empieza a tronar, o amenaza alguna tempestad: los truenos que en otras partes sirven para retirarse a sus habitaciones, lo son aquí para desampararlas y salir en busca de las aguas y deseado riego: se fecundan entonces los olivos, higueras, almendros, viñas y algarrobos; el suelo entero se mejora con el cieno que traen las aguas"; y continúa la descripción: "...colinas y lomas, las quales dispuestas en gradería se trabajan con comodidad, y reciben fácilmente algún riego en tiempos de lluvia; a cuyo fin se han abierto canales que se comunican, y tomada el agua en los sitios altos de las arroyadas y barrancos se conducen largo trecho a las heredades...". Así da noticia Cavanilles del aprovechamiento de turbias para riego, secular y sabia adaptación a un régimen de precipitaciones exiguas e irregulares, proporcionadas, además, en gran medida, por aguaceros de elevada intensidad horaria, que esporádicamente, sobre todo en otoño y primavera, generan copiosos mantos pluviales y riadas. Mediante diversos sistemas de captación (terrazas, boqueras y agüeras) se procuraba que no circulasen en un breve periodo de tiempo, sin provecho alguno o con daño, por barrancos, ramblas y ríos-ramblas, aguas torrenciales de vital interés para asegurar la cosecha cerealista y atender una arboricultura de pocas exigencias hídricas. Terrazas y boqueras, independientes o asociadas, han constituido los sistemas y dispositivos básicos de los regadíos de turbias. Nos ocupamos ahora de las primeras, que conservan aún notoria impronta paisajística, muy superior a su menguada significación económica, medio siglo atrás muy considerable. Enfrentar las dificultades topoecológicas de las laderas subáridas ha requerido un denodado e ímprobo esfuerzo ancestral, plasmado en la construcción de un paisaje de aterrazamientos escalonados. Merced a mano de obra abundante y barata, retribuida con míseros jornales o compensada con el dominio útil de un predio al que sólo su trabajo había dado valor, fueron reducidas a cultivo extensas áreas marginales, de escasa o nula aptitud agrícola. Los bancales en gradería terminan en un murete de altura no superior a un metro, llamado mota u horma; su desagüe se efectúa por una abertura o boquete, el sangrador, existente en aquel a cierta altura de la base, de modo que el escalón así creado retiene agua y permite el riego. El aspecto de las terrazas es vario, no sólo por su dimensiones y destino -las más reducidas reservadas exclusivamente a árboles o viñedo-, sino por las propias características de las motas u hormas, realizadas con técnicas diferentes y, en función del roquedo, materiales distintos. Estos aterrazamientos, que registraron una fuerte expansión a consecuencia de las grandes roturaciones dieciochescas, han sido trabajados y mantenidos con esmero, gracias a condiciones de sobrepoblación económica, mano de obra numerosa y ausencia de otros horizontes laborales, hasta mediados del siglo actual. Luego el éxodo rural ha tenido funestas consecuencias para los abancalamientos no susceptibles de mecanización, que han sufrido un proceso acelerado de abandono. Terrazas sin cultivo ni reforestación, con sus muretes, faltos de reparación, derruidos, abundan en tierras alicantinas. Imposibilitadas así de retener suelo y agua, aumentan, en dañina y peligrosa contrapartida, turbideces y coeficientes de escorrentía, avanzan y se intensifican procesos de denudación y esqueletización del suelo, agravando las avenidas fluviales, no sólo por el agua que deja de infiltrarse y recargar acuíferos sino también por el acusado incremento del aporte sólido, que hace de aquéllas auténticas coladas fangosas, ampliando su carga límite. Resulta notorio que en los últimos lustros se han destinado algunos medios al estudio del conjunto de hechos que suelen agruparse bajo las denominaciones impropias de procesos de desertización o "desertificación"; sin embargo, curiosamente, éste, que destruye a ojos vista un legado histórico de primer orden, del que habría que conservar muestras significativas, y propicia la pérdida de suelo en cantidades ingentes, apenas ha merecido atención oficial. Por ello parece oportuno, y hasta obligado, reclamarla.

Antonio Gil Olcina es profesor del Instituto Universitario de Geografía de Alicante.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_