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La calle y los despachos

Emilio Lamo de Espinosa

El recalentamiento que sufre estos días el clima del País Vasco aconseja opinar con prudencia y a partir del supuesto de que nadie tiene respuestas claras al problema vasco. Pero era evidente que el rechazo automático, sin casi discusión ni debate, del plan de paz del lehendakari Ardanza haría de él símbolo de polarización de españolistas frente a nacionalistas. En mi opinión, hubiera sido mucho más inteligente entrar a discutir el plan siempre que, efectivamente, y como en él se señala, ETA declarara una tregua ilimitada, devolviendo así la pelota al otro lado y enfrentando a ETA y su entorno a la propuesta del lehendakari. Pero no, se rechazó casi unánimemente y sin dar tiempo a que madurara la opinión pública. Creía entonces ,y sigo creyendo, que fue un error. Pues no era menos evidente que el Plan iba a contar con el apoyo de la mayoría de los vascos. La encuesta del Gobierno vasco de que daba cuenta este periódico el sábado muestra que nada menos que el 66% de los electores vascos lo apoyan expresamente y el 60% es partidario de iniciar un dialogo entre todos los partidos, incluido HB, siempre que ETA declare previamente una tregua ilimitada. Y ello porque nada menos que el 94% creen que el conflicto sólo puede tener un final dialogado y el 73% apoyaría un proceso similar al de Irlanda. Estos datos suponen un considerable éxito de Ardanza, que parece haber ganado ampliamente el apoyo de la opinión pública por lo que cabe esperar que, a partir de esta encuesta, el plan será parte central del programa electoral del PNV, vía de comunicación entre éste y HB y, en breve, banderín de enganche y emblema del nacionalismo vasco. Una vez más, podrán decir, Madrid y España no nos entienden.Pero que se abra un dialogo con el PNV que pueda ampliarse a HB tan pronto ETA deje de matar, es decir, que se abran las puertas de los despachos a la diplomacia, no puede significar ni abandonar los principios ni menos aun perder la calle. Lo primero, los principios, puede parecer anecdótico pero el conflicto vasco es, todo el, un conflicto de símbolos. Y que los parlamentarios vascos se nieguen a acatar la Constitución es, ciertamente, una actitud que, ni el PSOE, ni menos aún el PP, deben permitir. Que el PNV considere inmoral (Ibarretxe dixit) acatar la Constitución en Euskadi, pero sí la acate en Madrid, como si Pancorvo transformara vicios en virtudes; que no acaten pero pidan a diario que los demás la cumplan hasta la última coma; o que, finalmente, pidan obediencia a sus propias decisiones, obediencia que sólo tiene legitimidad desde la Constitución que rechazan, todo ello es una serie de disparates que justifican sobradamente la posición del PSE y que colocan en el ridículo la irritada acusación del PP de electoralismo, justo cuando, tras doce años de electoralismo, parece que el PSE entra en razón.

Pero más grave aun es la pérdida del control de la calle pues la violencia se prestigia por su propia brutal eficacia. Quien no puede acabar con su enemigo no tiene más remedio que pactar con él. El acoso a los concejales del PP no puede permitirse y Mayor Oreja debe obtener todo el apoyo -y no descalificaciones- de su Gobierno para poder acabar con esa situación, presionando al PNV. Tiene razón -ahora sí- el Presidente cuando señala que en las condiciones actuales el ejercicio de la opinión pública en el País Vasco está seriamente hipotecado. ¿Reúne Euskadi condiciones para unas elecciones democráticas? La pregunta es terrible pues muestra que estamos cruzando la frontera en que el Estado se desmorona. Pero más terrible es que eso lo constate el Presidente, como si él fuera un simple observador de lo que acaece. Pues si el Presidente no dispone hoy y ahora de instrumentos para garantizar el orden público electoral, debe acudir urgentemente al Parlamento para que se le otorguen.

Pactar todo con el PNV menos las vías de pacificación de Euskadi es lo contrario de lo que debe hacerse y el PNV debería saber que no obtendrá nada si no recobra el control de la calle. Igualmente, rechazar la negociación en los despachos al tiempo que se deja abandonada la calle es lo contrario de lo que debe hacerse: restablecer el orden público democrático a cualquier esfuerzo y abrir vías de negociación con el PNV y el nacionalismo moderado. Lo lógico es ser blandos, tolerantes y abiertos con las opiniones, pero duros, exigentes e incluso intransigentes, con el fascismo etarra. Hay que ganar la calle y abrir los despachos; no cerrar estos y perder aquella.

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