Política y entretenimientoPEP SUBIRÓS
Mientras algunos pierden -perdemos- el tiempo en retorcidas y fútiles discusiones sobre la identidad y la diversidad cultural, sobre la educación, el bilingüismo o la sociedad del conocimiento, quienes realmente mandan y saben lo que nos conviene en lo político y en lo económico planean nuestro futuro y apuestan decididamente por el entretenimiento como estrategia de modernización, competitividad y desarrollo. Así, acaba de anunciarse el proyecto político-empresarial de mayor envergadura que conocerá la Cataluña de principios del próximo milenio: la entrada de Universal Studios como accionista de Port Aventura y la ampliación del parque temático del mismo nombre mediante una inversión de 250.000 millones de pesetas en los próximos 15 años, hasta convertirlo en el primer complejo lúdico-turístico de Europa. No me extrañaría nada que algunos aguafiestas pretendiesen plantear algunos interrogantes sobre la racionalidad de proyectos mastodónticos como éste, sobre todo en el ámbito de los servicios turísticos. Por ejemplo, ¿qué solidez, qué sostenibilidad, qué tipo de ordenación territorial, qué clase de respeto medioambiental garantizan proyectos de tamaña envergadura? ¿No estaremos construyendo una Cataluña de y para los operadores turísticos, cada vez más dependiente de los gustos y coyunturas vacacionales? ¿Cuánto se invertirá en investigación científica, tecnológica, humanística y artística durante el mismo periodo? Qué importa. Lo importante es que la inversión generará, dicen, 20.000 puestos de trabajo y convertirá a Port Aventura en el primer parque temático de Europa, atrayendo, por tanto, a unos cuantos millones más de turistas que añadir a nuestras estadísticas y, toquemos madera, unos cuantos billones de euros que sumar a nuestras cuentas corrientes. Tampoco me sorprendería que otros mostrasen alguna perplejidad sobre la dudosa catalanidad de lo que se nos viene encima, por no hablar de su calidad. ¿No estaremos malvendiendo nuestra alma nacional -hecha, como es bien sabido, de cuatro partes de lengua, una de cultura literaria y artística, y unas gotas de diseño- al poderoso imperio del avida dollars? No, de ningún modo, tranquilícense los ciudadanos. Hay que mirar las cosas desde otro ángulo, desde su vertiente positiva, como una demostración de que la política cultural de la Generalitat no es de miras estrechas, de corto vuelo, preocupada sólo por los símbolos y las esencias nacionales, sino que está plenamente abierta a los fenómenos culturales de mayor relumbre mundial. Aunque en su momento perdimos al Pato Donald, pronto podremos experimentar la emoción de un buen terremoto en San Francisco o de un macrotornado en Tejas, pasearnos por la polvorienta calle mayor de un poblado del lejano Oeste mientras las balas zumban en nuestros oídos, tutearnos con King Kong, ET y Terminator. Aunque en un comunicado público Universal Studios -sociedad, por cierto, controlada hoy por Scagram"s, primera empresa mundial del ramo de la licorería y que labró una fortuna colosal en los tiempos de la prohibición- cometió la indelicadeza de decir que su entrada en Port Aventura significaba la puesta en marcha de una estrategia de desembarco y expansión en Europa, lo cierto es que no se trata de una invasión alienígena, ni siquiera de una maquiavélica operación colonial de un par de grandes multinacionales norteamericanas especializadas en la diversión como negocio -la propia Universal Studios y Anheuser Busch, cuya riqueza primigenia descansan en el alcohol: no salimos del mundo de lo etílico-, sino que el invento tiene el pleno aval político y la corresponsabilización económica de las más altas instituciones catalanas, es decir, la Generalitat y La Caixa. Ya en torno a 1992 el presidente Pujol insistió una y otra vez en que lo realmente importante que estaba ocurriendo en Cataluña en aquellos años no eran los fastos pirotécnicos de los Juegos Olímpicos ni las cosméticas operaciones de renovación urbana, infraestructural, logística y tecnológica impulsadas a su calor, nada de eso. El gran proyecto de futuro que se estaba gestando, según Pujol, era el de Port Aventura bajo el liderazgo, entonces, de uno de los más sagaces financieros del momento, un tal De la Rosa, y con la inestimable ayuda de unos generosos beneficios fiscales y unas boyantes recalificaciones urbanísticas. Lamentablemente, el empresario modélico tuvo dificultades imprevistas y, en una operación de salvación nacional, hubo que acudir a gestores más solventes que consiguieron mantener a flote el proyecto y realizar una primera fase. Ahora, la amenaza se cumple en toda su plenitud y Cataluña avanza un paso más, un paso de gigante, sin duda, hacia su -nuestra- conversión en un gran parque temático para ocio y jolgorio de nuestros vecinos europeos, en perfecta consonancia con el imparable avance hacia una sociedad del ocio y el entretenimiento, que es la estación de destino anunciada por los más reputados futurólogos. En este sentido, y además de la Generalitat, los licoreros de Seagran y los cerveceros de Anheuser Busch, sólo falta un socio para que el proyecto se constituya como la expresión quintaesenciada de una cierta visión de Cataluña, la que tiende un airoso puente entre los sacrosantos fundamentos del Fossar de les Moreres y la visión de futuro, teñida de alcohol, del Parque Jurásico: el socio que se echa en falta es el Barça virtual gestionado por Universal Studios. ¿Cómo no se les ha ocurrido todavía? ¿O sí? Por cierto, ¿hablarán catalán nuestros nuevos huéspedes? Sí, claro, seguro que sí. Por lo menos el 25% de lo pus bel catalanesc. Y es que los hay que piensan en todo.
Pep Subirós es escritor y filósofo.
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