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Reportaje:PLAZA MENOR - LEGANÉS

El nacimiento de una ciudad

En la plaza de España, frente a la casa consistorial, hay una concentración de estatuas, un plante silencioso en el que participan, desde sus pedestales, la Venus de Milo, la de Canova y la Victoria de Samotracia al frente de una comitiva de atletas, héroes y dioses que lucen bronceado amarillento y de aspecto no muy saludable a causa del material sintético en el que han sido moldeados.Las efigies cercan el Ayuntamiento, responsable de este acercamiento de la escultura clásica y neoclásica al pueblo. Pese a sus 174.000 habitantes censados, Leganés conserva algunas trazas de pueblo en su centro histórico, casas bajas, construcciones horizontales ensombrecidas, comprimidas, entre los nuevos bloques.

La casa consistorial, que comparte frente con una sucursal bancaria, es un inmueble de insoslayable fealdad y funcionalidad dudosa, aunque la mayor parte de las tareas municipales se han derivado a la Casa del Reloj, un edificio moderno y airoso, que no ha tardado mucho en incorporarse como seña de identidad de la ciudad nueva, cuyo vertiginoso crecimiento (8.000 habitantes en 1960, 136.000 en 1975) tiene su correspondiente anotación en el Guinness.

La Casa del Reloj y la plaza de toros cubierta por una deslumbrante cúpula de metal, familiarmente conocida como el "ovni", conforman un rincón urbano que roza la ciencia-ficción, una singular viñeta de ese cómic futurista que la ciudad dibuja con sus nuevos escenarios, como la Escuela Politécnica de la Universidad Carlos III, el polideportivo Europa, el lago de Polvoranca, los nuevos juzgados, hospitales, centros cívicos y algún que otro edificio industrial.

El desmedido crecimiento de la antigua villa fue humanizándose y remansándose con nuevas plazas, parques, fuentes y monumentos. Los espacios recién abiertos se personalizaron, a veces, con rotundas y arriesgadas piezas escultóricas de nueva creación. El gigante megalítico de Tony Gallardo, las esculturas de acero de Susana Solano y Sergio Castillo, la audaz escalera rampa de Ángeles Marco y el reciente pórtico de José Hernández brotan en los parques y en las encrucijadas.

Los nuevos leganenses, que aún reivindican su mote de pepineros aunque sus huertas sean poco más que testimoniales, son un pueblo imaginativo, creativo y con sentido del humor. Herederos de los que sobrellevaron con gallardía la fama de su reputadísimo establecimiento psiquiátrico durante más de un siglo, en 1991 un grupo de jóvenes leganenses, hasta la coleta de escuchar aquello de "Leganés, la ciudad del monstruo", hizo realidad su pesadilla, inventaron a Nensi en las aguas del lago de Polvoranca, antigua laguna de Mari-Pascuala, y dieron forma a una pacífica y lúdica criatura que se ha convertido en su mascota más representativa y querida.

En los últimos años, el censo se ha estabilizado hasta el punto de que podrían cerrar algunos de los 50 colegios, que con los 14 institutos y el campus tecnológico de la Carlos III completan la oferta educativa de una población que ha visto también crecer las cifras del paro, que hoy afecta a 15.000 trabajadores.

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La estratégica situación de la ciudad impulsó la concentración de pequeñas y medianas empresas en sus polígonos y la ubicación de almacenes de grandes empresas y de comercios mayoristas, así como la aparición de amplias áreas dedicadas al ocio como Parque Sur. La anunciada y temida reconversión de Ericcson, una de las grandes de la zona, es, hoy por hoy, la mayor amenaza que se cierne sobre el empleo.

De su pasado histórico conserva Leganés vivas tradiciones y significativos monumentos. Su joya más preciada es, desde luego, el retablo barroco de la iglesia de San Salvador, obra excelsa de don José Benito de Churriguera, encargada por el Ayuntamiento y autorizada de su puño y letra por Su Hechizada Majestad Carlos II. Una visión dorada y estofada del paraíso con angelotes, racimos, pámpanos y columnas salomónicas que costó en su tiempo 55.000 reales de vellón.

En Leganés. Una ciudad, una historia, José María Paredes pasa revista a las glorias locales a través de sus edificios emblemáticos como el cuartel de las guardias valonas, un proyecto de Sabatini, realizado a finales del siglo XVIII por Hermosilla para albergar a las tropas que habían puesto orden en los altercados del motín de Esquilache. En 1850, don Pascual Madoz, en su diccionario geográfico, lo describe como "un magnífico cuartel para infantería que forma un perfecto cuadrado de 247 pies con una altura de 53". El patio de armas porticado, que es lo más notable del conjunto, sirve como motivo de homenaje en el monumento de Luis Arencibia que Leganés ha erigido en memoria de Sabatini.

Guardias valonas, húsares franceses, legionarios, guardias civiles y soldados españoles pasaron por este cuartel que hoy se rehabilita para usos más pacíficos y pedagógicos, formando parte de las dependencias de la Universidad Carlos III. A fines culturales se dedicará también el edificio del antiguo manicomio de Santa Isabel, de traza neomudéjar, cuya costosa rehabilitación es un problema de difícil solución para el Ayuntamiento y la Comunidad. En su ilustrada guía, José María Paredes recoge la historia y la literatura que generó el manicomio, descrito por la pluma de don Benito Pérez Galdós, que también se ocupó de otros parajes de Leganés en Nazarín. En la página 98 se contempla un espléndido retrato del poeta Leopoldo María Panero, apoyado en el quicio de la puerta del establecimiento que le albergó durante un largo periodo. También estuvo aquí Blas de Otero, que dedicó a Leganés su poema El aire: "El aire desenreda el pensamiento/ de los locos, las almas torturadas".

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