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Comprar tiempo

Joaquín Estefanía

La intervención de la Reserva Federal de Estados Unidos en los mercados de divisas el pasado miércoles para salvar el yen es un acontecimiento económico de primera magnitud. La Reserva Federal no actuaba directamente en los mercados desde el año 1992. No es importante la cantidad de dólares vendidos -unos 3.000 millones, según los primeros cálculos- en relación al volumen de moneda americana que se mueve por el mundo en pocas horas, sino la filosofía que ello implica.A saber: que Clinton ha decidido asumir, al menos por una vez, el papel de gendarme económico añadido al de superpotencia militar. Frente a los que reclaman la autosuficiencia de los mercados o la desaparición de los organismos multilaterales del tipo del FMI, Estados Unidos ha dicho que es necesaria una intervención política para evitar la deflación japonesa y, por extensión, la catástrofe de los tigres asiáticos, de la que está a punto de celebrarse el primer cumpleaños.

Los analistas consideran que la intervención concertada entre Washington y Tokio de la pasada semana es más simbólica que real; se trata de comprar tiempo, mientras Japón pone en marcha el sempiternamente aplazado cambio de su política macroeconómica. Un cambio que consiste en la combinación de elementos heterogéneos: un plan de expansión presupuestaria, que algunos entienden que debe superar un esfuerzo superior al 3% del PIB japonés; una política monetaria más laxa; la aplicación de reformas estructurales muy profundas, que pasan por la liberalización de la economía japonesa y por el saneamiento a fondo del sistema financiero; etcétera.

La intervención de la Reserva Federal y el plan de reactivación japonés deberían servir para que la segunda economía del mundo alinee su ciclo, al menos en parte, con el de las otras zonas desarrolladas del mundo. Para que recupere la confianza en sí misma, al modo que, retóricamente, señaló su primer ministro, Hashimoto, en el mensaje televisado a la nación de días atrás: una nación con "gran nivel de educación, amor al trabajo y alto nivel tecnológico" no puede estar en recesión. Para fomentar la demanda interna y, lo más urgente, detener la caída del yen, que puede arrastrar a otras monedas de la zona, fundamentalmente a la china, lo que significaría una ampliación de la crisis de la zona a extremos ingobernables.

Los peligros hipotéticos inmediatos que implica la continuación de la recesión japonesa son de tres tipos: el primero de ellos, el efecto dominó sobre el yuan, la moneda china. Los datos de la caída de las exportaciones y de la inversión extranjera en China avalarían la posibilidad de una devaluación de la moneda y de la necesidad de un ajuste; las permanentes declaraciones sobre el mantenimiento del valor del yuan, por parte de las autoridades chinas, son papel mojado en los mercados. El segundo peligro sería el hundimiento de la banca japonesa, aquejada de oscuridad, créditos impagables y pérdidas espectaculares, difícilmente absorbibles sin la ayuda oficial; y por extensión, la ampliación de la recesión con un mayor volumen de paro (en niveles históricos del 4,4% de la población activa) y caída del consumo y la inversión. Por último, los movimientos de los inversores japoneses para salir de Estados Unidos, en una especie de huida desde los valores de calidad hacia la seguridad de la renta fija, por ejemplo, las obligaciones del Tesoro de EEUU.

Pese a la bondad de la coyuntura norteamericana y a los mejores síntomas de la europea -el euro puede estrenarse con estas características-, la economía internacional ofrece, por culpa de Japón y de Asia, una imagen borrosa, que se complica conforme pasa el tiempo sin que Japón sea capaz de poner en práctica las medidas quirúrgicas que el G-7 o el FMI le demandan.

A medida que el yen se tambalea, aumenta el riesgo de otras devaluaciones asiáticas (sin olvidar los problemas de Rusia). ¿Servirá la intervención de la Reserva Federal para corregir los problemas japoneses? No. Pero es seguro que, sin ese impulso, las cosas habrían ido peor estos días. La autorregulación de los mercados se ha mostrado, una vez más, como una falacia de los hechiceros.

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