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Los católicos progresistas de Austria esperan hoy con hostilidad al Papa

Una atmósfera de frialdad y escepticismo, que llega a la hostilidad entre los sectores católicos radicales, recibirá hoy a Juan Pablo II en Salzburgo, la primera etapa del viaje del Papa a Austria, donde permanecerá hasta el domingo. No hay pancartas, ni retratos de Karol Wojtyla en la ciudad de Mozart que adviertan al visitante de lo que se prepara. Austria, en otro tiempo un país defensor de la fe católica, y donde todavía hoy se considera católico el 77% de sus algo menos de ocho millones de habitantes, ha vuelto la espalda a la ortodoxia vaticana y mira cada vez más con desconfianza a sus vecinos del Este europeo, de donde procede el mayor apoyo a Wojtyla. De hecho, los organizadores de la visita del Pontífice confían en que en el acto final en la Heldenplatz de Viena participen también miles de personas de la vecina Polonia.La visita de Karol Wojtyla -quien ayer recibió en audiencia privada al presidente surafricano, Nelson Mandela- será cualquier cosa menos sencilla en el clima de hostilidad hacia la jerarquía vaticana y de profunda crítica a la línea adoptada por Juan Pablo II que se vive en Austria. El Papa declaró el miércoles en Roma que espera que su presencia en Salzburgo, Saint Pölten y Viena, sirva para reconstruir la unidad de la Iglesia austriaca, pero los católicos tienen aún muy presente el grave caso del cardenal Hans Hermann Groer, elevado al máximo rango de la jerarquía católica por Juan Pablo II en 1986, cuando ya circulaban en Viena fundadas especulaciones sobre su turbio pasado de pederasta.

Discreto arrinconamiento

Cuando en 1995, la denuncia de un seminarista destapó completamente el caso Groer, el Vaticano intentó resolver la situación arrinconando discretamente a Groer, que ha cumplido ya 78 años y se encuentra hoy en un exilio secreto cerca de Dresde, en Alemania. Ni el cardenal, ni la alta jerarquía vaticana han pedido claramente disculpas por la conducta no ya inmoral, sino delictiva, del arzobispo de Viena, a la que los altos dignatarios de la Iglesia se han referido siempre de forma oblicua. Hace unos pocos meses, el nuevo arzobispo de Viena, Cristoph Shönborn, de origen judío, nombrado cardenal en febrero, pidió finalmente disculpas, «por el daño hecho por mi predecesor y otros dignatarios de la Iglesia a aquellas personas que habían puesto en ellos su confianza». Pero su oferta de ayuda a las víctimas de Groer no ha logrado calmar los ánimos alterados del clero austriaco y de los católicos practicantes.El caso Groer planea sobre esta visita, precedida por declaraciones hostiles a Juan Pablo II de Thomas Plankensteiner, el líder del movimiento Somos Iglesia, constituido en Austria al calor del escándalo Groer y al que se han unido alrededor de medio millón de feligreses y sacerdotes. Plankensteiner, invitado especial en la misa de beatificación de tres mártires austriacos, que celebrará el Papa en Viena el domingo, ha anunciado ya que su silla quedará vacía, en respuesta al «sinsentido bíblico de celebrar la Eucaristía reservando a algunas personas puestos de honor».

Somos Iglesia, es partidaria de que la elección democrática de la jerarquía, de que la mujer pueda tomar parte más activa en la vida de la Iglesia, que se ponga fin al celibato y que se modifique la posición de incompresión y hostilidad hacia la homosexualidad. El teólogo de la Universidad alemana de Tubinga Hans Küng expresó hace un par de días en Innsbruck su juicio negativo sobre el rumbo tomado por la Iglesia católica desde el Concilio Vaticano II y pidió a los católicos austriacos que no sean «comparsas en el show del Papa».

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