_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sacrificar

Según algunas etimologías, la palabra decidir significa degollar, cortar el cuello a la altura de la garganta. La experiencia indica, en efecto, que toda decisión supone en cierto modo sacrificio, no de quien está llamado a tomarla, sino de aquél a cuya costa se decide. Como sabe el político, en ese instante angustioso en que la voluntad queda suspendida antes de decidir, cabe entrever la mirada de la víctima propiciatoria a la que, sin embargo, hay que encarar. Por eso, la decisión política tiene un cierto carácter sagrado, se rodea de liturgia y de no menos protocolos, no sólo para asegurar que la decisión sea tomada, sino para que el daño inferido a la(s) víctima(s) sea debidamente digerible. La teoría democrática no siempre ha integrado satisfactoriamente ambas dimensiones del dilema decisorio. Unas veces ha hecho hincapié en la transferencia a la mayoría, sin más, de la capacidad de hacerlo. Otras, ha tenido más en cuenta a la víctima, esto es, a todo aquello que se esconde bajo el eufemismo de las "consecuencias de la decisión", como muestra el discurso sobre los derechos de las minorías, sobre la responsabilidad o la solidaridad. No es seguro que la cultura democrática dominante haya alcanzado el equilibrio entre ambas exigencias, pero sí parece, en general, haber desterrado, al menos como desideratum, la siniestra idea de que la víctima sea rematada sin compasión, considerándola además culpable de la decisión (o de la omisión) que el poder toma. Lo que sin duda es usual en el comportamiento de los gobiernos despóticos, en contextos más o menos inquisitoriales, es repudiable cuando de gobiernos democráticos se trata. Pero no hemos de irnos muy lejos para encontrar ejemplos de estos comportamientos desviados y abusivos. Aquí, en la Comunidad Valenciana, esa siniestra práctica está tomando carta de naturaleza. Ya cuando se creó la Universidad de Elche, mediante ley, se hizo sacrificando a otra, la de Alicante, señalando con el dedo el culpable en la persona del rector. A lo largo de estos años, este ha sido el comportamiento arrogante, desmedido, doblemente victimizante, que este gobierno cree manejar. Esto es lo que hace cuando, para eludir las consecuencias de los fiascos que ellos solos montan, sea en la sanidad, sea en la enseñanza pública, acusan a algún médico o a los padres o profesores que defienden la enseñanza pública, acusan a algún médico o a los padres o profesores que defienden la enseñanza pública de calidad, mientras prepara dolosamente su fracaso apoyando descaradamente los negocios de algunos de sus amigos del negocio de la enseñanza o de las clínicas privadas. Ya lo insinué una vez: este gobierno perderá la credibilidad por su manera de gobernar, que es casi lo único que está de verdad en sus manos. Las decisiones que toman en episodios tan distintos como la elección de las cúpulas de las cámaras de comercio, de los órganos que se dicen intermediarios con la sociedad civil, de las instituciones feriales o las cajas de ahorro, los nombramientos y los favores que prestan a amigos y familiares de todos conocidos, muestran tal grado de desfachatez que resulta difícilmente creíble. Éste, que se presentaba como el gobierno que iba a liberar las fuerzas de la sociedad civil, se ha revelado como el más intervencionista, manipulador y sectario de lo que nadie se hubiera atrevido nunca a imaginar. Pero, mientras el enorme engaño se consuma, crece el número de víctimas. En su abusiva obsesión por copar medios de comunicación y favorecer determinados intereses, sacrifica otros, empresariales o no, aumentando inexorablemente la nómina de represaliados. Igual ocurre con sus medidas económicas, con las adjudicaciones que preparan, con la selección de sus verdaderos amigos empresarios que, en la economía de mercado, no pueden ser, por desgracias para ellos, todos. Este gobierno, con su presidente al frente, no tendrá que irse a casa por razones estéticas, como algunos piensan. Ni porque por su irrefrenable tendencia, deje en evidencia constantemente los tics característicos de la derecha más rancia. Este gobierno será rechazado, y así se plantearán probablemente las elecciones, porque su presidente está sembrando el camino de víctimas, muchas más de las que él cree, ya que si no se quejan a la medida del dolor con que son sacrificadas, no es por insensibilidad, sino porque temen ser cruelmente rematadas. Porque no hemos de olvidar que, después de todo, las víctimas votan y no siempre son de la izquierda.

José Asensi Sabater es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Alicante.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_