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Marey

Enrique Gil Calvo

La celebración de la vista oral del caso Marey en la Sala Segunda del Tribunal Supremo está defraudando ciertas expectativas. Algunos se creían con derecho a esperar que se produjera en la opinión pública un formidable clímax de atención expectante, capaz de culminar el crescendo de la tensión acumulada por los escándalos a lo largo de los tres o cuatro últimos años, desde que una constelación de intereses propició la apertura del sumario. Ésta era la esperanza de todos los que anunciaban el calvario judicial que, según su pronóstico, aguardaba al partido socialista y a su anterior líder máximo.Sin embargo, no está siendo así. La gente ignora o se desinteresa del caso; la opinión pública se muestra relativamente indiferente, en comparación con cuanto cabría esperar, y, según las encuestas, los socialistas apenas sufren castigo en intención de voto, llegando a superar con creces a sus rivales en imagen y popularidad. ¿A qué puede ser debida esta sorprendente falta de interés por el juicio del caso Marey, que, contra lo esperado, apenas si está ejerciendo efectos políticos? ¿Por qué se equivocaron tanto en sus cálculos los estrategas de la tensión que encendieron y alimentaron la espiral del escándalo?

Una respuesta inmediata a estas preguntas es la del cansancio. Al igual que sucedió en Italia con la campaña de manos limpias, que interesó mucho cuando estalló el escándalo, pero que después aburrió cuando se juzgaba a Craxi en medio de la indiferencia general, también aquí nuestra ciudadanía, saturada por tanta información tendenciosa sobre el caso GAL, comenzaría a perder el interés.

Y otra interpretación parecida, que reforzaría la hipótesis del cansancio, es la misma que suelen utilizar los analistas de Bolsa para explicar la falta de efectos sobre las cotizaciones de determinados acontecimientos largamente esperados, que cuando por fin se producen apenas si afectan a los valores y, entonces, se afirma que los operadores ya habían descontado por adelantado las repercusiones del caso. Pues, bien, en el affaire Marey los ciudadanos también habrían descontado anticipadamente los efectos políticos del sumario, sobre todo mediante la destitución electoral del Gobierno socialista. Por eso se celebra hoy la vista entre la indiferencia y el absentismo ciudadano.

Sin embargo, la explicación más lógica es advertir la falta de interés intrínseco que están teniendo las sesiones. No hay incógnitas ni sorpresas, sólo redundancia, pues los testimonios se limitan a reproducir punto por punto las consabidas declaraciones mil veces filtradas a la prensa vulnerando el secreto del sumario. Tanto es así que la única incertidumbre que mantiene alguna expectación es la de averiguar cuál será el veredicto final: ¿culpabilidad, prescripción, nulidad o, en el caso de Barrionuevo y Vera, absolución por falta de pruebas?

Es ocioso apostar por una u otra opción, pero la nulidad parece impracticable y la prescripción supondría una salomónica salida por la tangente. Luego sólo queda la culpabilidad de quienes confesaron y la duda respecto a Vera y Barrionuevo. La defensa de este último ha intentado emborronarlo todo, por lo que parece inadmisible. Vera, en cambio, se ha mostrado convincente al sostener la hipótesis verosímil de que Damborenea y Sancristóbal organizaron todo bajo su exclusiva responsabilidad, que ahora tratarían de descargar hacia arriba sin poderlo probar. Pero esta versión no explica la responsabilidad por omisión de Vera y Barrionuevo, que no sólo dejaron hacer, sino que recompensaron después con ascensos a Sancristóbal y los demás.

En suma, el desinterés ciudadano parece comprensible, pero esto no lo hace justificable. Desde la óptica del crédito de las instituciones y de la calidad de nuestra democracia, es de lamentar que el caso Marey se esté ventilando sin pena ni gloria, pues sería preferible que generase una catarsis capaz de obligarnos a reaccionar a fin de que nada semejante al caso Marey, pero tampoco nada semejante a la instrumentalización política del caso Marey, pueda volver a pasar.

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