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Generación favorita

Después de Viagra para hombres, Pfizer anuncia Viagra para las mujeres. En especial, para consumidores por encima de los 50 años. Efectivamente, Viagra es un producto que sirve para jóvenes y adultos, para personas mayores y de la tercera edad, pero ¿cómo no sospechar que obedece, sobre todo, a la demanda de una generación sesentayochista protagonista, desde hace treinta años, en los territorios de la moda, los vicios, los consumos, la manera de entender el sexo, la farmacología y el amor? A la generación nacida en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial ha correspondido, en el mundo occidental, una larga ristra de privilegios que sólo de vez en cuando ofrece un siglo a sus generaciones. Sus músicas de juventud se escuchan todavía como himnos y su iconoclastia regresa en forma de poemas beats, ambientes new age, pacifismos y ecologismos que remodelan los patrones de entonces. Fue, de varios modos, una generación afortunada. Ni padeció el paro ni sufrió los temores y las torturas del sida. Tampoco padeció la alta oleada de padres separados que llegó después, ni la violencia callejera a la altura de su adolescencia. Este estrato de población, investido con la rebeldía del feminismo y de la liberación sexual, armado con los emblemas del antiautoritarismo, el marxismo y la utopía ha recibido también un lote de productos farmacéuticos o de alta cosmética según ha venido cumpliendo años. Ahora es al Viagra para ellos y ellas, cuando ya se encuentran acercándose o de lleno en la cincuetena. Hace unos años, fueron los complementos vitamínicos, las proteinas y los reparadores que acompañaban a la obsesión por la forma física. Pero todavía un poco antes, en su juventud, tuvieron también en las farmacias las cajas de anticonceptivos para hacer el amor sin más consecuencias que responder al deseo de placer. Mientras aparecen y desaparecen generaciones a las que la vida no hace demasiado caso, emergen otras a las que la historia mima. Los antioxidantes, los liposomas, los colágenos, aparecieron para atemperar los deterioros del cutis en los años ochenta, cuando los sesentayochistas empezaban a arrugarse. La melatonina, el ácido graso DHA, la hormona DHEA, el Ginkgo Biloba y otros complentos para vivificar las funciones cerebrales han acudido en esta década para sofrenar su deterioro y retrasar la vejez. Esa generación, que pudo fumar sin restricciones mientras mantuvo el vigor, extendió después la campaña contra el consumo de tabaco viendo que efectivamente su organismo empezaba a resentirse. Esa generación que tomó anfetaminas en sus tiempos de estudio y cocaína en su fase yuppy es la que predica ahora el relax, los cocimientos de hierbas, los quesos de soja, el zen o el tai-chi. Para el año 2010 una cuarta parte de la población de los países desarrollados será mayor de 65 años e ingresando en ese grupo se encontrarán los favoritos de la segunda mitad del siglo XX. Pero en ese momento ya no se tratará, en cuanto conjunto, de rejuvenecer, obtener medicinas para hacer el amor o procurarse nuevas cremas para atenuar las manchas de la piel. El problema no residirá al fin en cuestiones complementarias a la existencia. La demanda será sobrevivir. Será por tanto entonces cuando la medicina tendrá que demostrar de lo que realmente es capaz. Por esas fechas, si todavía no se ha logrado una droga para no cumplir años debería existir algo que garantizara, al menos, llegar hasta cien. La vacuna contra el sida, el remedio contra el cáncer, la manipulación génetica que evite el ataque coronario o los desajustes renales, deberan inscribirse entre sus conquistas. Con ello no se habrá llegado a hacer inmortales a los de la Generación Favorita pero se les habrá redondeado, con 100 años, el beneficio de su edad y el honor de haber logrado si no la sociedad ideal sí el cielo de una primera promoción tatuada con tres dígitos.

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