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El honor del compromiso

Mestre Quimet, te han dado el Premi d"Honor. ¡Quién te lo hubiera dicho, hace 30 años! Y no estoy soltando sólo una frase hecha. Porque en estas líneas que empiezo a escribir, en estas frases apresuradas y mal ordenadas que emprendo al saber la noticia, mientras se me dibuja en la cara una sonrisa entre feliz, irónica y nostálgica, quisiera decir que entonces, hace ya tanto tiempo, tenías como divisa implícita ser tú quien lo daba todo y gratis, sabiendo que, a cambio, no recibirías nunca nada. Joaquim Molas ha sido galardonado con el Premi d"Honor de les Lletres Catalanes. Por cierto, ¿cuándo se aumentará de verdad la equivalencia metálica de este Honor? ¿Cuánto dinero se da a los señores galardonados -siempre extranjeros que no saben, ni les interesa saber, qué es la cultura catalana- con el premio Catalònia, concedido por el Instituto de Estudios de Cultura o de no sé qué Mediterráneo que depende de la Generalitat? ¿Cómo es que no tienen vergüenza, ante un agravio comparativo tan brutal, las personas que se ocupan de ambos premios? El exabrupto no me aleja en absoluto de Joaquim Molas. Él no esperaba nada y lo daba todo a una cultura en cuyo valor y vigor, sin complejos, siempre creyó. Otros piensan que hay que deslumbrar a los de fuera y que los de dentro ya tienen bastante -"carai, escolta, Déu n"hi do"- con un vermut y cuatro aceitunas, como podría decir uno de los horrendos personajes que en la época encarnaba el laureado actor Joan Capri. Como mínimo, desde finales de los años cincuenta y a lo largo de los sesenta y primeros setenta, Joaquim Molas fue el líder, dentro del mundo intelectual, de una actitud valiente, difícil y necesaria, de compromiso suicida con su cultura de origen. Hay que decir que, en general, la derecha catalana pretendía mantener esta cultura lejos de los supuestos peligros (contaminaciones) derivables de una renovación, de una apertura a corrientes, a formas y a temáticas vigentes en Europa; y también hay que decir que buena parte de la izquierda consideraba trabajo irrelevante intentar enderezarla: abrazar el castellano era cómodo y prometía garantías de futuro. A partir de su compromiso, Molas, un hombre, hay que decirlo, entonces ideológicamente de izquierdas, creó una pequeña isla de la que, en principio, era casi el único habitante y que poco a poco acogió y formalizó las inconcretas pero inquietas necesidades de generaciones de lletraferits más jóvenes que venían detrás. Con franqueza, sí que hay personas históricamente irreemplazables. O por lo menos personas clave. Él fue una de ellas. El momento era, si se me permite el énfasis, crucial. Molas se daba cuenta, y había sacrificado su futuro a la más total de las incertidumbres. La apuesta que jugó fue la de abrir la literatura y la cultura catalana a los riesgos de compararla con sus hermanas europeas, mantenerla en Europa aunque los europeos siguieran ignorando su existencia. Prefirió esta actitud a la de olvidar los beneficios de la anteguerra y atrincherarse en un concepto cada vez más provinciano y folclórico. O bien, simplemente, a la de desertar y decir "a hacer puñetas". Esta apuesta suya no tenía un futuro claro. Para muchos, no tenía ninguno. Molas ofreció su programa, el esfuerzo, el proyecto básico de su vida, a los azares del futuro, consciente de que no ganaría ni un duro -perdonen mi grosería e insistencia en hablar de dinero- y que nadie le daría las gracias. Simplemente, por el honor del compromiso. Hoy, eso del compromiso de los intelectuales parece que no está de moda. Abrazar un ideario, un proyecto, pensando en la colectividad más allá de las narices de uno mismo es ridículo y está fuera de lugar. Decir grandes palabras, oh sí, ¿por qué no?, siempre queda bien. Pero comportarse de acuerdo con lo que dicen las palabras parecería de mal gusto, prácticamente obsceno. Y a pesar de todo... Joaquim Molas lo entendió de otro modo. No podemos exigir nada a la colectividad si no participamos, de manera consciente, militante, gratuita, en el enderezamiento de esta colectividad. De manera gratuita. Así lo hizo Joaquim Molas. El honor del compromiso es suyo, y no necesita otro reconocimiento que el de la conciencia. Con todo, este reconocimiento se hizo público. Es la propina. Nos alegra que se la den. El sueldo, como han hecho siempre los demás que son como él, se lo ganó solo. Ya lo ves, Quimet, no esperabas nada, pero éstas son las paradojas de la vida. Y, qué caramba, el de ayer, para tus amigos, fue un buen día.

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