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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La llave y el mensaje

Gluck, que tanto había amado el ballet y triunfado con él (como en su Don Juan con Angiolini) estaba harto de que la danza le quitara protagonismo al canto en las ópera-ballets, y es así que con Ifigenia en Táuride , tras agria lucha y casi al final de su carrera, consiguió una ópera pura, sin balli. Estaba eufórico por haber desterrado a los Noverre, Vestris y compañía. Paradojas del destino escénico, rueca del tiempo: Pina Bausch destierra hoy a los palcos a los cantantes solistas y al coro, y deja el prado vacío y dispuesto para los danzantes precisamente con este título. Y lo mejor: la coreógrafa consigue una esencia coreográfica de gran altura con una música destina a otros menesteres.

Tanztheater Wuppertal

Ifigenia en Táuride: coreografía: Pina Bausch; música: Christoph Willibald Gluck. Teatro Real, Madrid. 8 de junio.

Destino trágico

Ya se sabe que los mitos perecen víctimas de su propia aureola. Ifigenia no corrió diferente suerte. Ella trabaja su destino trágico en las circunstancias de la infidelidad, la traición, la metamorfosis como salvación temporal. La viñeta de Áulide (otra ópera anterior de Gluck) tuvo así más reflejo en la pintura (desde Pompeya a Tiépolo); a la música le motivó más los sucesos de la escarpada Crimea, tierra de Tauros (Durero la grabó, y Traetta hizo otra ópera sobre el mismo y exacto libreto). La leyenda argumental, más disfrutada en Roma que en Grecia, va como anillo al dedo a ese instinto de la danza expresionista por desgarrar las motivaciones y emociones humanas hasta el infinito.Con Pina Bausch resulta difícil no ser pasional, a pesar de su inveterada parsimonia. Se la ama. Se le reconoce su papel, impelente desde ese silencio rector, cerebral, discreto a la vez que elocuente. Ella alguna vez casi ha renegado de estas obras antiguas, de su etapa bailada. Y es que su talento para generar movimiento es también otra arista del pulido prisma de su estilo, de su talento. ¿Dónde hay un coreógrafo que supera el tiempo y las formas? Por ejemplo, en Pina Bausch. Ella evolucionó hacia un inmovilismo militante, expresivo, sí, pero duro de digerir. Y siempre el espectador, ilustrado o no, quedaba exhaustamente entregado a su obra. Pienso en Cafe Müller y en tantas otras piezas que no se olvidan. Aun cuando ha pinchado claramente, Pina nos deja ese algo de su honestidad. Sus obras permanecerán, y es un lujo de obligada reverencia el que el Teatro Real contara en su primera temporada no solamente con Pina Bausch, sino precisamente con una de estas obras capitales. Ifigenia... tiene apenas 25 años, y respira, entre otras virtudes, una honestidad que hace a la obra clásica en su sentido más exacto. Las frases de su baile, originales hasta el asombro, respiran esa tradición del expresionismo alemán, que es uno, indivisible a pesar de los océanos, los apelativos, las diásporas y los nietos estéticos. La línea es una y sigue: de Laban a Kurt Jooss, a la Folkwangschule de Essen, a Jean Cebron, su maestro directo, a la memoria liberada de Hans Züllig o Jerôme Andrews. Tantos nombres, tantos significados. Como el baile mismo. Lo visto en el Real es bellísimo por su esencia bailada.

Ifigenia tiene dos símbolos, la llave y el mensaje. Así se aprende en las clases de mitología. Pero la Ifigenia de Pina da la vuelta a la tortilla. Ella misma es la llave que guía el desarrollo de la obra, y el mensaje, de existir, está redactado en ese ejemplar seguimiento literal que hace de la música -nada fácil en su regla- la coreógrafa: no hay pantomima sino gesto, imbricado en la nota musical, ligado a una poética que no necesita otra explicación que la que suda de esas frases, una angustia básica, a veces expresada a través de los solistas y a veces a través de ese coro wigmaniano, enlutado, grave, perfecto en las diagonales.

Sobre la escena, los incombustibles Dominique Mercy, Nazareth Panadero, Beatrice Libonati, de tantos años junto a Bausch -verdaderos clásicos de la compañía-; en ellos se nota esa interiorización severa que aflora sólo cuando se sabe a saciedad por qué y para qué se sube un brazo o se gira sobre sí mismo. Y el poder del Pílades interpretado por Bernd Marszan merece mnción aparte, su solo al final del segundo acto es un amplio dibujo que se prolonga sobre sus propias líneas, unos trazos de oro puro al son de la voz. Y si se atiende a la letra, se entiende esa respiración costosa y virtuosa.

La llave que pone Pina Bausch es una llave maestra que abre todas las puertas, plural, atemporal. El mensaje es uno y siempre el mismo: lo verdadero, por lo que se lucha a toda costa, emerge del baile. Cuando la danza es así, es perfecta porque es también verdadera y lo verdadero es eterno.

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