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Nubes que jubilan aviones

En escasos minutos, los motores de los aviones envejecen de forma prematura, como si hubieran acumulado de golpe miles de horas de vuelo sin mantenimiento. Sin que sus pilotos se percataran, las aeronaves han atravesado una de las nubes de cenizas volcánicas que se forman después de una erupción y que llegan a dar la vuelta al globo terrestre. Al menos 80 aeronaves han sufrido en los últimos años estos encuentros desafortunados con la ceniza volcánica que les han causado daños por valor de varios billones de pesetas. Diversos aviones de vuelos comerciales, entre ellos varios Jumbo 747, han sufrido paradas de motor en pleno vuelo y han tenido que efectuar aterrizajes de emergencia. Además, la agencia espacial norteamericana, la Nasa, sospecha que algunos de los últimos accidentes aéreos que se han producido de improviso sin que el piloto comunicara problemas, pudieron deberse a estas nubes volcánicas formadas por partículas de sílice. En las hipótesis que baraja, el avión sale de la nube debilitado y cuando el piloto intenta remontar una montaña, los motores de reacción no responden. Otros de estos accidentes inexplicables, que podrían deberse a las cenizas volcánicas en suspensión, se produjeron mientras los aviones aterrizaban y sin peligro aparente. Ante el incremento constante del número de vuelos y de la actividad volcánica detectada en los últimos años, la Nasa planea crear un sensor especial para identificar, desde satélites y de forma simultánea, estas cenizas volcánicas. De esta forma, los pilotos conocerían a tiempo las nubes que deben esquivar. En el proyecto, bautizado como Volcam, participa la Comunidad Valenciana a través del Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo (CEAM) de la Generalitat. El director del CEAM, el profesor Millán Millán, que actuará como co-investigador científico, explica que se trata de crear un aparato del tamaño de un televisor pequeño y menos de 20 kilos, que consuma 15 vatios de potencia. Este instrumento científico se convertirá en tripulante de un satélite geoestacionario -fijo sobre un punto concreto, en este caso en mitad del océano Pacífico- desde el que vigilará las idas y venidas de las nubes de ceniza volcánica. Los norteamericanos tienen un interés especial por controlar este océano, ya que es una de las rutas más transitadas por sus aviones: lo cruzan a diario con 10.000 pasajeros y una carga comercial de varios miles de millones de pesetas. Su interés se ve acrecentado por el riesgo potencial del Pacífico, ya que allí se encuentra el llamado cinturón de fuego, una imponente cadena de volcanes de miles de kilómetros. Cuando esté construido, el ojo electrónico actuará de gendarme volcánico a miles de kilómetros de altura. Un científico de la Nasa, el doctor Airlin Krueger, visitó la pasada semana las instalaciones del CEAM en el Parc Tecnològic de Paterna para hablar del proyecto Volcam con Millán. La Nasa está interesada en la experiencia de Millán con el COSPEC, un aparato de su invención que permite seguir las evoluciones de los penachos de humos de las industrias -los contaminantes atmosféricos- y predecir erupciones volcánicas por la gran emanación de gases que las precede. También quieren la ayuda de Millán para aplicar unas técnicas compensatorias: "Así, las nubes y otros fenómenos atmosféricos no dificultarán la medición de las concentraciones de ceniza volcánica", alega el director del CEAM. Completará su colaboración en los trabajos para definir las bandas espectrales que se usarán para medir desde el espacio el anhídrido sulfuroso de las nubes volcánicas. Colaboración europea Pero la Nasa también pretende, a través del CEAM, conseguir que se implique en el proyecto la Agencia Europea del Espacio (ESA). "Quieren que los europeos coloquen otro instrumento en la zona del Atlántico", comenta Millán, "para controlar el Vesubio y los volcanes de África". Los norteamericanos son conscientes de que el CEAM tiene un cierto prestigio en el viejo continente, ya que en la actualidad lidera 19 proyectos de investigación atmosférica de la Unión Europea. Harían falta cuatro de estos satélites geoestacionarios para vigilar las nubes volcánicas de todo el planeta. Cada uno de estos ojos electrónicos -sin contar el satélite- cuesta 400 millones de dólares, al cambio más de 60.000 millones de pesetas. "Es el precio de un Jumbo; los daños que sufrió un avión de KLM en Alaska, en 1989, por las emanaciones de un volcán ascendieron a 80 millones de dólares", justifica Millán, convencido de que las compañías aéreas estarán dispuestas a asumir la inversión para ahorrarse estas averías y eliminar el peligro volcánico que sufren sus aeronaves. El proyecto aún está en su primera fase. Ya se ha aceptado la propuesta de la Nasa de crear un consorcio integrado por ella misma, por la Administración Federal de Aviación (FAA) y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), todas ellas de Estados Unidos, para financiar entre todas el nuevo sensor espacial.

Tecnología valenciana

¿Qué ganan los valencianos con este proyecto americano? "Una parte del pastel de los avances tecnológicos que se generen en la misión y la posibilidad de que empresas valencianas fabriquen algunos componentes del sensor", precisa el doctor Millán, y recuerda que el 90% de los adelantos en informática, medicina y nuevos materiales se han gestado en la investigación espacial. El científico compara la situación con el despegue tecnológico que ha propiciado la factoría Ford de Almussafes. "Las empresas satélites valencianas que se han desarrollado en torno a la Ford fabrican componentes de automóviles muy solicitados en todo el mundo", señala. En el caso del Volcam, el doctor Millán explica que el CEAM podría patentar algunos de los resultados de la investigación espacial y ofrecerlos a las empresas valencianas interesadas, que ganarían prestigio en todo el mundo gracias a la colaboración con la Nasa. Potenciar las industrias de nuevas tecnologías es, en su opinión, la mejor salida económica que a la que puede aspirar la Comunidad Valenciana. Porque la recirculación del aire en la cuenca mediterránea (agravada por estar rodeada de montañas elevadas) hipoteca la posibilidad de construir industrias pesadas, por la gran contaminación ambiental que se produciría. "El futuro", sentencia, "pasa por convertirnos en la California del Mediterráneo".

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