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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La sal de la tierra

Demuestran poca memoria con los gacetilleros que, en su entusiasmo por ponderar las virtudes de esta espléndida a la par que formalmente sencilla comedia, la comparan con el cine social de Ken Loach.Poca memoria: si de algo se reclama Marius y Jeannette es de esa poderosa, noble vertiente del cine realista francés, la que arranca con Marcel Pagnol, pasa por el recio drama del Jean Renoir de Toni y el cine producido durante el efímero Frente Popular de 1936 y desemboca, en la posguerra, en directores como Louis Daquin o, sobre todo, el Jacques Becker de Édouard et Caroline, el de Se escapó la suerte. Cine en presente, con el ojo puesto en las clases subalternas y su vida cotidiana, su lenguaje, sus ilusiones, sus decepciones, sus esperanzas.

Marius y Jeannette

Dirección: Robert Guédiguian.Guión: R. Guédiguian y Jean-Louis Milesi. Fotografía: Bernard Cavalié. Producción: Gilles Sandoz. Francia, 1997. Intérpretes: Ariane Ascaride, Gérard Meylan, Pascale Roberts, Jacques Boudet, Frédérique Bonnal, Jean-Pierre Darroussin, Laëtitia Pesenti. Estreno en Madrid: Alphaville (Versión Origianl Subtitulada).

De eso habla el sexto largometraje de Robert Guédiguian: de Marsella y sus barrios populares; del día a día en una ciudad en la que el Front National está ahí mismo, en la que el paro acecha. Pero en la que pervive, no podía ser de otra manera, una memoria resistencial e izquierdista, un humanismo laico puesto a prueba por los nuevos integrismos, una solidaridad elemental, primaria y absolutamente rotunda: la de quienes comparten lugar de vida, sueños, esperanzas.

Intérpretes enormes

A partir de unos intérpretes enormes, al frente de los cuales Ariane Ascaride borda su papel de viuda cuarentona y con dos hijos que un buen día redescubre el amor, Guédiguian traza un cuadro vivísimo, pintado con los colores de la alegría de vivir, y por el que campan unos personajes adorables, de una absoluta proximidad. Retratos de mujeres que saben de la vida, esa sal de la tierra sin la que no se explica la pervivencia de la memoria; de hombres que intentan trampear el día a día y no caer en las angustias de los malos recuerdos.Y por sobre todas las cosas, unas tranches de vie recorridas por un sentido del humor anclado en dos sólidos bastiones: uno, el trabajo inteligente sobre los arquetipos tradicionales del cine de izquierdas; dos, una autoironía que no puede soslayar la propia historia del progresismo francés.

Guédiguian está siempre del lado de sus personajes, comparte sus alegrías, participa de sus (momentáneas) desdichas; pero sabe que la realidad es tozuda y que también actúa sobre esos arquetipos: los obreros son ahora emigrantes africanos, campa sobre ellos una lógica del trabajo completamente diferente. Y las trabajadoras tienen hijos mulatos que, a pesar de sus pocos años, flirtean con el islam.

Del filme emana, así, un delicioso aire de autoironía, una humanidad cómplice, un firme alegato a favor de la vida, al tiempo que una reivindicación de un cine popular no parisiense, fuertemente mediterráneo, luminoso, fértil, sencillamente espléndido.

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