Pujol teme al tándem Borrell-Maragall
VIENE DE LA PÁGINA 1 Otro indicador relevante son las instrucciones dadas para minimizar las polémicas lingüísticas con objeto de no incomodar al electorado menos catalanista. La coalición se halla actualmente ocupada en la elaboración de las listas para las municipales. Todos los militantes están movilizados y esa energía puede ser muy bien aprovechada para una campaña electoral. La posibilidad de que las próximas elecciones catalanas se celebren no ya en marzo, sino en otoño, está presente en la mente de Pujol. En el comité nacional de la semana, los dirigentes salieron convencidos de que deben estar preparados para hacer campaña a partir de ahora mismo. Sin duda, en la toma de decisión última influirán otros factores. Ejemplo de estas sorpresas imprevistas ha sido el llamado efecto Borrell. El éxito que consiguió en Cataluña al cosechar el 82% de los votos socialistas asustó a los nacionalistas. El temor viene por la capacidad que pueda tener Borrell para movilizar al electorado del cinturón industrial. En las elecciones generales, los socialistas suelen alcanzar entre 1,1 y 1,5 millones de votos, y superan a los nacionalistas por entre 100.000 y 400.000. En las autonómicas, Pujol logra en torno a 1,3 millones de votos, medio millón más que el PSC. Unas catalanas planteadas como primarias de las españolas podrían arrastrar a muchos ciudadanos que hasta ahora se abstenían por no sentirse afectados por el Gobierno de la Generalitat aunque decida su sanidad, educación e infraestructuras. Los nacionalistas conocen mejor que nadie estas cuentas y por ello ven con desasosiego una activa presencia de Borrell en la campaña de las elecciones catalanas. Su mayor esperanza radica en que no cuaje el tándem Maragall-Borrell. En medios socialistas irrita la incapacidad de Maragall y Borrell para diseñar un proyecto común que sume los electorados que cada uno representa. Por ello, el efecto Borrell también aconseja adelantar las elecciones. Además de todos estos aspectos coyunturales, hay una cuestión de fondo que está agrietando el consenso entre Pujol y Aznar. Las verdaderas discrepancias derivan del distinto papel que deben desempeñar el Estado y el sector público en la sociedad. El líder nacionalista es un intervencionista convencido. Lo es por temperamento, pero sobre todo ideológicamente. Por una parte, su modelo socialdemócrata implica una importante actuación del Estado en la sociedad. Pero el componente fundamental que motiva su intervencionismo es que Pujol quiere reconstruir un país, quiere construir una Administración propia, está construyendo su Estado. Y tiene en frente a un José María Aznar que va en dirección contraria, que favorece el adelgazamiento del Estado, la liquidación del sector público empresarial, la reducción de impuestos. Este aspecto de las discrepancias entre Pujol y Aznar es sin duda el de mayor carga explosiva. Para el Partido Popular, la preocupación fundamental está en reducir el gasto público. Y en su orden de prioridades ha explicitado en primer lugar la limitación del gasto autonómico y el de los ayuntamientos. Pujol conoce mejor que nadie este panorama y el camino de espinas que le espera con José María Aznar. Por ello sabe que una exposición, un marco en el que no cabe la réplica, es el mejor escenario para ofrecer una idea magnificada de su gestión. Un examen mínimamente riguroso descubre otra realidad. A pesar de todos sus cantos a los acuerdos económicos con el PP, que Pujol ha sabido vender como nadie, la realidad es muy distinta. En sanidad, uno de los servicios más emblemáticos cuya gestión se quiere presentar como modélica para toda España, las cuentas empeoran. A pesar de las cacareadas mejoras de financiación logradas con el PP, el agujero sanitario del modelo catalán ha pasado de 206.000 millones en 1995 a 288.000 millones a finales de 1997, según el Ejecutivo catalán. La deuda global de la Generalitat ha crecido 346.000 millones en los últimos dos años, según el Banco de España. Ahora el punto de mira está en las infraestructuras. Resulta paradójico que el fuerte ritmo de crecimiento de la economía privada catalana, en torno al 4% -superior al español-, esté siendo lastrado por el sector público, tanto estatal como autonómico. El Gobierno de Aznar tiene puesto el objetivo en el centro, en los famosos 200 kilómetros alrededor de Madrid. La Generalitat, por su parte, invierte menos ahora que en el bienio 1993-95. Pujol sabe lo mal que lo tiene para conseguir sensibilizar a Aznar sobre estas cuestiones. Una exposición es un marco ideal para que Pujol pueda exhibir una vez más su modelo. Vende como algo positivo las obras realizadas y también su lucha por conseguir las que quiere hacer en el futuro y que no ha logrado "por culpa de Madrid". En cualquier caso, la culpa es siempre de los otros y no hay forma ni oposición capaz de delimitar las responsabilidades de las cosas que no funcionan bien en Cataluña.
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