«La risa nos salva de la oscuridad»
«Wonderful, impresionante. Sono molto contento... ¿Pero esto qué es, la Palma de Oro o qué?». Roberto Benigni era el domingo por la noche el hombre más feliz del mundo. La vida es bella acababa de ganar el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes, y el actor, director y coguionista (con Vicenzo Cerami) había besado los pies de Martin Scorsese mientras la gente se rendía sin condiciones a la gracia y la ternura de un clown que ha imitado a su maestro, «Charlie Chaplin». Benigni conquistó el corazón del público metiendo a su héroe romántico y agridulce en el corazón de las tinieblas: el holocausto.«La risa nos salva de la oscuridad», dice Benigni. «Nos obliga a ver el otro lado de las cosas, lo surrealista y lo divertido. Si somos capaces de fantasear podemos evitar cualquier cosa, que nos destruyan o nos conviertan en cenizas. Porque tenemos derecho a llegar al último momento gritando "la vida es maravillosa". ¿O no?».
Benigni no es judío, aunque desde luego lo parece y no le importaría serlo (sostiene que ellos inventaron el humor), pero sí vivió muy de cerca el drama del nazismo. «Mi padre fue internado en un campo de trabajos forzosos en Alemania. No había hornos ni cámaras de gas, pero las condiciones eran las mismas que en los campos de exterminio. Volvió como un esqueleto, pesando 40 kilos y con mucho sufrimiento en el alma, pero sin traumas ni odio. Casi todas las noches nos contaba las mismas historias. Era un granjero muy pobre, muy inocente, y creía que los nazis no eran malos, sino que estaban locos. Pensaba que los soldados alemanes también sufrían. A pesar de la tragedia que contaba, resultaba gracioso, muy tierno, porque le quitaba toda la parte oscura».
Justo eso, tapar los ojos de su hijo Giosué haciéndole creer que todo es un juego para que no sienta el dolor que le rodea, es lo que hace Guido, el protagonista de La vida es bella, un Benigni tan inocente, vitalista y fantasioso como los de sus comedias más puras, como El monstruo o El pequeño diablo. «Es fabuloso oír eso. Muchas gracias por decirlo (se levanta para dar la mano). El personaje es muy similar, sí, lo que pasa es que se ve metido en una situación en la que ya no puede ser un ingenuo total. Pero es básicamente el mismo que he hecho siempre».
Tío y abuelo
A la inspiración directa del relato de su padre -«me lo agradeció gritándome en pleno estreno "¡ya era hora, Robertino, por fin veo algo tuyo que merece la pena!»- Benigni añade otras igual de cercanas. «Trotsky es el padre del título: escribió esa frase, al ver a su mujer en el jardín, mientras esperaba a los asesinos de Lenin. Primo Lévy es el abuelo de la historia porque una mañana se despertó en el campo y apuntó: "¿Y si esto fuera un sueño, una mentira?". Y Chaplin y Lubitsch son para mí una religión, como Leonardo y Miguel Ángel. Unos dioses».
Hay varios homenajes a ellos dos en la película (además de uno, precioso, a La novia era él de Howard Hawks), pero el más sentimental es el de Chaplin: «Guido lleva el mismo número de preso que él llevaba en El gran dictador».
Poeta en origen, actor de teatro y cómico de talk-show , Benigni no quiere definir La vida es bella como una película política. «Prefiero que se vea como una fábula. Cuando la idea me enganchó, la primera reacción fue arrepentirme, no hacerla, porque sabía que ponía en juego muchos temas sensibles. Luego me dí cuenta de que todo era miedo y decidí seguir adelante. Ahora lo veo como un filme pequeño, que me gusta mucho. Mi personaje no es un antifascista político, sino por su naturaleza radicalmente libre. Es libertario físicamente, con el cuerpo, como una mariposa».
Guido el camarero seduce a la mujer de un burócrata fascista (Nicoleta Braschi, su compañera en la vida real) y tiene un hijo con ella. «Ese niño tal vez soy yo mismo», dice Benigni. «Y tengo que protegerlo del trauma. La gente dice que los niños deben saber... ¿Pero cómo vas a decirle a un niño que lo van a convertir en jabón? El más alto sentido cívico y humano es proteger a los niños del dolor. Es un instinto más fuerte que nosotros mismos. Cuando vemos una escena violenta por la calle, lo primero que hacemos es girarles la cabeza a los niños. Ya tendrás tiempo de contárselo».
Benigni acaba pidiendo perdón por su inglés «de 50 palabras tomadas de 100 en 100», clavado al que chapurreaba en Bajo el peso de la ley, de Jim Jarmusch. Y ahora que la poderosa Miramax distribuirá su película en Estados Unidos, Benigni -que estos días rueda Astérix en Francia junto a Gerard Depardieu- está dispuesto a conquistar América. «¿Que si me apetece ir? (se levanta) ¡Eso es como preguntarle a Ronaldo si le apetece tirar un penalty! (coge una pelota imaginaria, la coloca en el suelo y dispara). ¡Gooool!».
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