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Reportaje:

La mujer y el hombre enferman de forma distinta en el ámbito laboral

Patrones de comportamiento definen algunos trastornos de los trabajadores

Si, como recoge el Génesis, Dios castigó en el paraíso a la mujer, por desobedecerle y comer del fruto prohibido, con parir con dolor y al hombre con ganarse el pan con el sudor de su frente, parece que él ha salido mejor parado que ella. Porque, hoy más que nunca, sobre la mujer pesa la doble maldición bíblica. La incorporación masiva de la mujer al trabajo en esta segunda mitad del siglo XX ha supuesto una verdadera revolución social y familiar que, como todo logro, no está exenta de pagar sus tributos.Aunque el fenómeno ha empezado a estudiarse en las tres últimas décadas, todas las investigaciones resaltan claras diferencias entre el hombre y la mujer al enfermar en el ámbito laboral.

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Como dice Rosa Sender, profesora titular de Psiquiatría de la Universidad de Barcelona, en medicina psicosomática la variable psicológica de más tradición al establecer correlaciones entre los hábitos laborales y el enfermar es el llamado patrón A, cuyos rasgos más definitorios son impaciencia y urgencia, hostilidad y competitividad, no saber delegar, exceso de energía, absoluta implicación laboral y preocupación por los rendimientos.

Infarto y depresión

El concepto de patrón A nace en Estados Unidos en los años sesenta, cuando los cardiólogos observaron que los trabajadores con determinadas características (de tipo A) tenían más riesgo de problemas de salud y en particular de enfermedad coronaria (angina de pecho, infarto y muerte súbita), hecho que empezó a ser confirmado en sucesivos estudios epidemiológicos.

«Aunque la mayoría de los trabajos», explica Sender, «se han hecho en hombres, en cuanto se han incluido mujeres trabajadoras, también patrón A, y se han comparado ambos sexos, se observa que hay claras diferencias en el enfermar. Así, es manifiesto que, mientras que el hombre sufre más infartos, la mujer padece más depresión y ansiedad».

Según Sender, que analiza extensamente este problema en su libro El trabajo como adicción (Ediciones En Neurociencias. Barcelona, 1997), otro tipo de riesgos de salud a los que están expuestas las mujeres con más altas puntuaciones del patrón A, en mayor proporción que las mujeres patrón B (definido por oposición al A: poco hostiles, reflexivas, afiliativas, saben delegar, poco competitivas), son sobrepeso, trastornos del sueño, sedentarismo, accidentes, dolores de cabeza, síntomas respiratorios, problemas alérgicos y hospitalizaciones por diferentes causas.

En palabras de Jesús de la Gándara, jefe del servicio de Psiquiatría del hospital General Yagüe de Burgos, la repercusión del trabajo en la salud de la mujer ha empezado a estudiarse muy recientemente «por criterios economicistas y machistas», y el planteamiento no ha surgido para conocer cómo repercute la actividad laboral en la salud de la mujer, sino más bien a la inversa, qué pasa en el trabajo si la mujer enferma.

«Uno de los aspectos más estudiados», añade De la Gándara, «en el terreno de la salud y el trabajo en la mujer son los relativos a la menstruación, la menopausia y el estrés. ¿Enferma más la mujer que el hombre en el trabajo? La respuesta es contundente: no. Pero sí enferma de distinta manera, y este fenómeno viene dado porque hay un hecho biológico y cultural diferencial».

Para este psiquiatra, el trabajo no genera más trastornos menstruales, sino que la mujer con este tipo de problemas suele expresar esos días peor tolerancia a las dificultades, así como un comportamiento más irritable y ansioso. «Es evidente que los cambios hormonales», admite, «alteran la conducta, y éstos son mucho más bruscos e influyentes en la mujer que en el hombre. Pero no debemos olvidar que en todo ello también hay un importante componente cultural».

Con relación a la menopausia, distintos estudios han revelado que las mujeres que sólo realizan las tareas domésticas presentan muchas más quejas y trastornos que las que trabajan fuera del hogar. Además, estas últimas, al estar generalmente más informadas, se enfrentan mejor psicológicamente al proceso y demandan más tratamientos para prevenir enfermedades. Esto pone de manifiesto que el trabajo actúa beneficiosamente, sobre todo en aquellas que lo valoran como algo más que un modus vivendi.

En cuanto al estrés no hay diferencias cuantitativas por sexos, pero sí cualitativas: la mujer se estresa igual que el hombre, pero lo tolera peor y lo expresa, nuevamente, con más trastornos psiquiátricos como depresión, ansiedad y síntomas menores (tristeza, irritabilidad).

Los expertos consideran que, aun pudiendo existir algún factor de tipo hormonal, se trata sobre todo de un problema cultural, de un aprendizaje, y sólo se requiere tiempo para su equiparación con el hombre en la respuesta a este estrés.

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