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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

No entiendo

La verdad es que apenas entiendo nada de lo que sucede en Madrid. Tengo 75 años y he visto muchas cosas a lo largo de mi vida, pero no puedo acertar a comprender cómo una ciudad como ésta, construida para facilitar la vida a sus habitantes, puede alcanzar los límites de complicación de la vida privada y pública que aquí alcanza.El primer enemigo que veo en Madrid es el ruido. Empiezo por las ambulancias, que en vez de emplear las mucho más eficaces señales ópticas, se dedican a sobresaltar la ciudad a todas horas, señaladamente de madrugada, cuando no hay tráfico que justifique tanto estruendo. Sigo por la maquinaria urbana, desde los camiones de la basura hasta los grandes artefactos limpiadores. ¿Es necesario meter ese ruido para trabajar? ¿Con qué eficacia puede trabajar un empleado sometido a ese ruido tan desmoralizador?

Y prosigo por los vehículos, destacadamente las motos. No es concebible que sea necesario hacer tanto ruido para que una moto se desplace. Cuando un motor grita tanto, es un motor enfermo, no les quepa duda. Y alguien que confía su vida a un motor enfermo está en peligro de muerte constantemente.

El segundo gran enemigo de la paz ciudadana, a mi entender, es la prisa. Cuando los cuerpos y las mentes son sometidos a esos acelerones, no pueden funcionar bien, sufren y comienzan a equivocarse. Muchas veces, cuando hace años conducía mi automóvil, me ponía especialmente frenético cuando delante de mí circulaba una furgoneta más alta. Con el tiempo descubrí que por ser más alta que mi coche no necesariamente se desplazaba más lentamente, sino que era a mí a quien me lo parecía, porque me restaba visión frontal. Perdonen el circunloquio. El caso es que la aceleración a la que la vida de esta ciudad nos somete no sirve para nada, salvo para hacer las cosas peor. Si tuviéramos capacidad para pensar unos segundos, todo nos saldría mejor.

Por último, creo que otro de los grandes enemigos de la vida urbana es la incomunicación, la falta de relación, de diálogo. A través del habla obtenemos referencias de los demás y de nosotros mismos. ¿Por qué renunciamos a comunicarnos, cuando es la mejor manera de informarnos, de intercambiar conocimientos, experiencias, incluso humor, y hasta amor, que es lo mejor que existe?

En fin, perdonen esta divagación de un hombre casi anciano, pero me resisto a admitir que conocimientos que he logrado aprender a lo largo de mi vida en Madrid no vayan a servir para nada a los demás. ¡Háganme caso: ni ruidos, ni prisa, ni incomunicación! Verán como son, somos, todos más felices.- .

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