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Hacia un nuevo orden en Asia

La crisis indonesia anuncia el final del modelo de relaciones que ha existido hasta ahora en los países del continente

Durante décadas el presidente Suharto y otros líderes asiáticos gastaron miles de millones de dólares en dar caza a los grupos guerrilleros refugiados en la selva o establecer redes internas de seguridad para detener a izquierdistas y mandarlos a la cárcel. Pero cuando Suharto prometió en un solemne mensaje ante la nación el pasado martes que abandonaría el poder, la fuerza que le ha empujado hasta esta situación después de 32 años en el poder no ha sido la insurgencia comunista, sino una conspiración de mayor potencia subversiva: capitalismo, mercados y globalización.En lugar de esconderse en la jungla, estas otras fuerzas subversivas establecieron una quinta columna en un rascacielos de cristal y acero en las principales ciudades indonesias. Y las fuerzas de seguridad de Suharto nunca supieron cómo maniatarlas o torturarlas para someterlas. Esas mismas fuerzas fueron las responsables del comienzo de la crisis financiera asiática. De repente, el armamento usado hasta el momento por Suharto se volvió inservible. Su sofisticado equipamiento militar puede detectar en la noche a la guerrilla en la selva de Timor Oriental, pero era incapaz de discernir perniciosos préstamos bancarios o sostener el tipo de cambio de la moneda.

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Parece obvio que ha llegado la hora de que Suharto abandone el poder, aunque el cuándo sigue siendo una incógnita. Su indefinido discurso sobre su futura dimisión fue demasiado impreciso para la mayoría de la población. Por lo que parece que la histórica confrontación entre el pueblo indonesio y su presidente va a continuar. Pero las protestas difuminan la crisis financiera, política y social. De momento, la crisis ya ha ayudado a acomodar nuevos Gobiernos en Tailandia y Corea del Sur, a la vez que ayudó a asegurar el surgimiento del nuevo primer ministro chino, Zhu Rongji, un tecnócrata que sabe más de economía de mercado que el propio Karl Marx.

Los líderes asiáticos se están viendo obligados a abrir sus sistemas económicos y políticos para romper los vínculos de colusión que han hecho que en Asia corrupción y capitalismo parezcan gemelas. Algunos diplomáticos y analistas creen que el resultado final es un profundo cambio histórico ya en camino, un declive del antiguo orden asiático como lo fue en 1848 el eclipse del caduco sistema social y político en Europa.

«Económica y políticamente hablando, lo que estamos viviendo es un claro antes y después», dijo Linda Tsao Yang, la representante norteamericana ante el Banco Asiático de Desarrollo. «Miras país a país, desde Tailandia a Corea del Sur, y encuentras Gobiernos que cada vez se preocupan más por su gente, donde el imperio de los hombres y el despotismo están dejando paso al Gobierno de la ley». «Si la región puede sobrevivir a esta asignatura, a los grandes cambios, y realizar una transición pacífica», añade Yang, «entonces, Asia se volverá mucho más fuerte para seguir adelante».

Es difícil exagerar cuán sorprendentes son algunos cambios. Hace tan sólo un año hubiera sido inconcebible que miles de estudiantes universitarios hubieran tomado la plaza del Parlamento para gritar consignas como «Colgar a Suharto», como hicieron el martes. O que el inquilino de la mansión presidencial en Corea del Sur fuese Kim Dae Jung, un histórico disidente a quien los anteriores moradores del palacio presidencial no sólo mandaron a la cárcel, sino que también intentaron asesinar. Tanto la caída de Suharto como el surgimiento de Kim hubiera sido absolutamente diferente si la crisis financiera no hubiera creado una amplia insatisfacción con el orden existente.

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Los cambios costarán todavía muchos años, quizá décadas, y están sucediendo a diferentes tiempos en cada país. Pero el progreso parece haberse puesto en marcha en la mayoría de las regiones. Y concierne a todos: a la sociedad, a la política y a los negocios.

Solía ocurrir que cada país tendía a ser gobernado en parte por una cuasi aristocracia de élites que casaba a sus hijos entre sí y controlaba puestos clave en el gobierno, los negocios, las academias intelectuales o los medios de comunicación. Esta aristocracia basaba su existencia en el intercambio de favores. Los políticos daban su preferencia a sus colegas de la banca, quienes a su vez respondían con la concesión de créditos a bajo precio. Sin embargo, esta red de favores ha caído en desgracia. El ocaso de las viejas élites es más evidente en Corea del Sur, donde un reducido grupo de hombres de mediana edad procedían de las mejores familias, se conocían de la época escolar y gobernaban el país.

Los analistas creen que el viejo sistema ha quedado tan dañado que nunca podrá ser puesto de nuevo en pie. El capitalismo nutre una clase media emergente y genera presiones en favor del cambio que al final lo hace irresistible. «Si se quiere practicar el capitalismo, se necesita un sistema pluralista que lo haga sostenible», afirma Dewi Fortuna Anwar, una destacada analista política de Yakarta. Al final, sostiene la experta, ha sido la globalización lo que causará la caída de Suharto.

«Gobiernos corruptos y autoritarios no pueden adaptarse a las demandas del nuevo mundo globalizado, donde tiene que haber una estructura económica más transparente, competitiva y racional», afirma Han Sung Joo, antiguo ministro de Exteriores y estudioso político surcoreano.

Sin embargo, esta nueva situación no significa que se vaya a producir una revolución en Asia. Pero la crisis ha supuesto que ahora pocos acepten la idea de que un sistema autoritario crea estabilidad y de este modo promueve el crecimiento económico.

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