Poética musical
El director Arturo Tamayo compone siempre programas de alto interés, casi siempre demasiado largos, lo que puede suponer problemas de montaje. En su visita de ahora todo ha sido previamente solucionado gracias al aumento de ensayos. Se trata del excelente grupo de instrumentistas madrileños reunidos en Cámara XXI que gustan de una contemporaneidad que a sus padres musicales se les hizo un tanto dura. Sin embargo, los datos para la historia son bien curiosos: Improvisaciones sobre Mallarmé, por ejemplo, escritas por Boulez en 1957 y estrenadas al año siguiente en Hamburgo, se conocen en Madrid en 1961 dirigidas por Odón Alonso y María Teresa Escribano de solista.La poética musical de Boulez se había identificado netamente en obras como El sol de las aguas y El martillo sin dueño, de René Char. Las Improvisaciones, que se completarían poco después hasta formar Pli selon pli, perfeccionaban el mundo sutil de las sonoridades boulezianas, ese arte mágico de apresar la vaguedad, y navegaban por las aguas del azar pobladas de sirenas tentadoras. Hoy escuchamos las Improvisaciones como un clásico del siglo XX en su segunda revolución estética, pero han de interpretarse tan primorosamente como anteayer y cantarse con la propiedad, belleza vocal y afinación de computadora que mostró la soprano Pilar Jurado.
Orquesta Nacional / CDMC
Cámara XXI. Director: A. Tamayo. Solista: P. Jurado, soprano. Auditorio Nacional. Madrid, 18 de mayo.
Tamayo no programa al azar y acertó a situar junto a Boulez dos versiones de los Módulos III (1967), uno de los muchos y diversos tratamientos del azar cultivados por Luis de Pablo, en el que el director comparte con el compositor una autoría difícil y sólo abordable con éxito desde una profunda identificación. Las propuestas de este Luis de Pablo, acaso el más cercano a Boulez, están realizadas desde su propio terreno y seguidas sin la menor beatería. Tras la breve y hermosa página vocal de Schönberg, Herzewächse (Hojarasca del corazón) sobre Maeterlink, el concierto terminó con Los colores de la ciudad celeste, de Olivier Messiaen, el maestro de Boulez y de tantos otros protagonistas de la vanguardia de los años cincuenta.
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