_
_
_
_
_
Reportaje:

Rojas, macizas y con chispa

"Los jóvenes de los sesenta pusieron su futuro en manos de una guitarra eléctrica". Es una afirmación de Pedro Leturiaga, el hombre que se las vendía, a plazos, hace más de tres décadas. La inauguración de su tienda de instrumentos musicales en la calle de la Corredera Baja de San Pablo en 1963, hace 35 años, coincidió con el boom en España de los Shadows, un grupo de pop inglés cuya influencia cambió la historia de la música española. Ya sonaban en los pick-up"s bandas como Los Pekenikes, Dick y los Relámpagos, Micky y los Tonys, Los Sonor y tantos otros. Y todos querían imitar a Hank Marvin, el guitarrista de los Shadows. Y todos querían tener una guitarra como la suya, la revolucionaria y mítica Fender Stratocaster, en color rojo, la primera guitarra eléctrica de cuerpo macizo con tres pastillas fabricada por el americano Leo Fender en 1954."Una Stratocaster costaba en torno a las treinta mil pesetas. Era una barbaridad entonces, y aquellos chicos estaban a dos velas. Pero ellos insistían en que les vendiera la guitarra, sin ningún aval, sin garantía alguna. Me firmaban letras de 1.000 pesetas. Si los bancos se hubieran enterado, me hubieran denegado los créditos", comenta Leturiaga, un vasco de 76 años que llegó a Madrid hace medio siglo con un acordeón "a descubrir las Américas". Tenía su propio grupo, Los Chimberos, y aunque no triunfó como músico supo comprender las aspiraciones de los vienteañeros que pasaban por su tienda.

Más información
El regalo del general Perón

"Era el paño de lágrimas de todos nosotros", asegura José María Panizo, un guitarrista que tocó en un montón de grupos -el más conocido fue Agua Viva- y que hoy trabaja en el negocio Leturiaga. "Intentaba quitarnos las ideas de la cabeza para que no compráramos, pero al final lo aceptaba todo. Pagar 1.000 pesetas al mes era una locura cuando apenas sacábamos 30 duros por actuación. Pedro nos perseguía por todo Madrid con la furgoneta para cobrar las deudas".

Mayte, de 42 años, hija del patriarca y ahora al frente del negocio, recuerda cuando de niña acudía con su padre a las presentaciones de los discos de Nino Bravo o de Cecilia. "Cuando entrábamos se producía una espantada general de músicos. Algunos se escondían hasta en el baño. Le debían dinero a mi padre", dice sonriendo. "Me dejaron deudas, pero la mayoría me pagó, si no no hubiera sacado adelante mi negocio", aclara su progenitor.

Una dificultad añadida al negocio era la prohibición de importar cualquier tipo de mercancía durante la época del franquismo. Las primeras guitarras electrificadas se fabricaron en Estados Unidos a finales de los años cuarenta, pero no llegaron a España, y con cuentagotas, hasta una década más tarde. Pedro no consiguió una licencia de importación oficial hasta cumplido el año 1970.

En Madrid, algunos ebanistas y electricistas se pusieron de acuerdo para fabricarlas. Aparecieron las Kuston, las Igson y las Azor, mucho más baratas que las americanas, ninguna llegaba a las cinco mil pesetas. Los bajos de la tienda de Leturiaga se convirtieron en taller. En él se fabricó el primer laúd eléctrico, que compraron Los Brincos. "Por aquellos años", cuenta Panizo, "estaban de moda las matinales de los domingos en el Circo Price, en las que actuaban los mejores grupos de la época. Aquí vi por primera vez una Fender, Stratocaster roja por supuesto. La tocaba Rafael Aranzil, de Los Estudiantes. Debió de ser una de las primeras que entraron en Madrid, junto con la de Lucas Sainz, de Los Pekenikes". Lo que nunca olvidará es la primera vez que tocó una. "Me la dejó un amigo. Dormí con ella toda la noche para que no la vieran mis padres. Esperé a que se fueran por la mañana y la enchufé a una radio Telefunken. La emoción que sentí es indescriptible".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

La tienda de la Corredera Baja se convirtió en un lugar de reunión de los músicos. Juan Pardo y Junior o Micky eran asiduos, tanto es así que Pedro les llama "los hijos de Leturiaga". "Todavía se pasan de vez en cuando. Resulta muy gracioso cuando vienen con sus propios hijos. Los padres quieren comprarles la guitarra que ellos nunca pudieron tener, pero los chicos quieren algo más heavy".

Organizaron un tablón de anuncios con ofertas de trabajo e incluso los grupos extranjeros recurrían a él cuando les faltaba algún instrumentista.

La melódica con la que Johnny & Charles grabaron la yenka salió de su tienda. "Desafinaba muchísimo y curiosamente fue con ella con la que consiguieron ese sonido tan peculiar que tanto éxito tuvo".

El boom musical de los sesenta se repitió en Madrid 20 años más tarde. "En los ochenta todos los chavales querían subirse a un escenario aunque no supieran tocar y surgieron decenas de grupos", rememora Mayte, quien se encargó del sonido en los conciertos de la primera edición de Los Veranos de la Villa, que puso en marcha el entonces alcalde, Enrique Tierno Galván. Los jóvenes volvieron a recurrir a Leturiaga, "pero las letras que me firmaban ya no eran de 1.000 pesetas, sino de medio millón", señala arqueando las cejas.

Pedro y Beni, su mujer, las pasaron canutas para sacar adelante un negocio en el que hoy trabajan más de 30 personas, además de sus dos hijos. Conservan la tienda de la Corredera y acaban de inaugurar otra en la calle de Cristóbal Bordiú. Y confían en que los jóvenes del próximo milenio pongan de nuevo su futuro en manos de una guitarra.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_