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El peso de la razón histórica

Las cinco pruebas nucleares que India acaba de realizar en el desierto de Rajastán se asemejan a otros tantos golpes de efecto hiperrealistas. Significan que se alza el telón sobre una nueva posición internacional del país.Para comprender bien su alcance, es preciso remontarse hacia atrás. Al día siguiente de su independencia, en 1947, la India de Nehru decide dar prioridad al desarrollo de sus gastos civiles, necesarios para el despegue de su economía, en detrimento de sus gastos militares. Considera que el mundo surgido de la II Guerra Mundial, dividido en dos bloques, abre un espacio favorable a su política pacifista y de no alineación. Sin embargo, desde el primer momento tiene una preocupación no reconocida y mucho más profunda que la que le produce Pakistán, del que acaba de separarse en una partición angustiosa: China. En 1950, Nehru escribe a su embajador en Pekín: «La piedra angular de nuestra política durante estos últimos meses ha sido mantener relaciones amistosas con China ».

Esa política en relación con China tiene sus motivos, que la diplomacia británica analiza correctamente , si hacemos caso a los archivos del Foreign Office: India tiene miedo de China. Se siente en posición de inferioridad desde el punto de vista geoestratégico. Los grandes centros económicos que son vitales para China están a miles de kilómetros de Nueva Delhi, mientras que ésta se encuentra a tiro de cañón de China. Para conjurar la amenaza , India emprende una política de amistad sistemática. La esperanza es que China, una vez integrada en las complejas redes de la sociedad internacional, se comporte de forma civilizada y esté de acuerdo en reconocer el trazado fronterizo entre ambos países, surgido de los límites del Raj británico.

En 1953, India reconoce, en un tratado bilateral, la soberanía de China sobre Tíbet, en el mismo tratado en el que logra incluir, por primera vez, los principios de la coexistencia pacífica que alcanzarán notoriedad en la Conferencia de Bandung, en 1955.

Es un esfuerzo baldío... En 1962, China hace uso de la guerra para apoderarse de los territorios en disputa e inflige a la India independiente la más humillante de las derrotas. Es cierto que la URSS de Nikita Kruschov, que se niega a adoptar el punto de vista chino, salva en última instancia la política de no alineación de Nehru justo cuando éste, con el pánico de la derrota, piensa, por un instante, en llegar a un acuerdo con EE UU. Pero India extrae una lección de estos hechos: de ahora en adelante le va a ser más necesario que nunca contar con sus propias fuerzas en el área de la seguridad, incluido el ámbito nuclear, cuyos secretos dominan sus dirigentes.

Probablemente es en esta época cuando India, sin decirlo, empieza a pensar en convertirse en una potencia nuclear con fines militares. Los acontecimientos se precipitan. En 1964, China hace estallar su primera bomba. En 1974 lo hace India. Mientras tanto, Pakistán ha emprendido, inquieto y sin esperar más, un programa intensivo de puesta al día y fabricación casera de dispositivos nucleares. La carrera atómica se extiende por el sur de Asia. Con las explosiones de Rajastán, esa carrera acaba de entrar en una nueva etapa.

En la actualidad, proscrita de la opinión pública internacional por las potencias nucleares del planeta, India no carece de argumentos para defender su política, ya reconocida, de gran potencia nuclear con fines civiles y militares. El más pragmático de dichos argumentos, el que emplea desde hace varios días, consiste en señalar con el dedo a China (India ya no tiene miedo, gracias a los medios de disuasión de los que se ha dotado). El menos creíble es, evidentemente, el de Pakistán, dado que entre el poder de ambos países hay una diferencia que favorece a India.

¿Por qué se niega India a firmar el tratado de no proliferación nuclear (TNP)? Por un lado, afirma, el TNP no sirve más que para consagrar de hecho la hegemonía de las potencias nucleares. Es cierto que a éstas les resulta muy fácil exigirle que abandone sus pruebas nucleares subterráneas cuando ellas han llegado a una etapa en la que ya no les hace falta realizar dichas pruebas para progresar en el manejo del armamento nuclear. Por otro lado, subraya India, el TNP constituye, en realidad, más un tratado de proliferación que de no proliferación nuclear. Al prohibir a las potencias que están ya nuclearizadas con creces la práctica, para ellas obsoleta, de las pruebas subterráneas, el tratado les incita a multiplicar las pruebas en laboratorio, que, gracias a los avances de la miniaturización, permiten la producción de armas nucleares muy perfeccionadas y susceptibles de ser utilizadas con fines presuntamente tácticos sobre el terreno. La disuasión, un arma masiva pero prácticamente inutilizable, se convertiría entonces en algo privativo de los países recién llegados al campo nuclear, mientras que los más avanzados dispondrían del arma táctica, infinitamente más peligrosa porque sí puede utilizarse.

Max-Jean Zins está a cargo de las investigaciones en el CNRS y es miembro del Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales (CERI).

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