_
_
_
_
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El director Ken Loach vuelve a los barrios obreros de donde partió

Terry Gilliam sigue haciendo "spots" simiescos

Todo fue previsible aquí ayer. Lo era que Santiago Segura levantase carcajadas italianas, suecas y australianas: en todas partes cuecen Torrentes. Lo era que un pontífice de la modernez, el estadounidense Terry Gilliam, a tenor de la parentela que han engendrado sus 12 monos , siguiese haciendo seudocine simiesco en Miedo y asco en Las Vegas Y lo era finalmente que Ken Loach diese fin con Mi nombre es Joe al izquierdismo turístico en que desembocó La canción de Carla y volviese a casa en busca de las viejas y magníficas verdades de los barrios obreros de donde partió.

Más información
«Blair, como Thatcher»

Trajo expectación Mi nombre es Joe. Desde hace más de dos décadas la crea por sí solo Ken Loach en los festivales a los que acude . Pero aquí había tres razones añadidas. La primera es la endeblez de la parte que ocurre en Nicaragua de La canción de Carla , su película anterior. La segunda es la mayor dificultad que supone para él seguir haciendo películas -con su estilo algo tosco, pero muy eficaz- de militancia izquierdista, sin contar con las facilidades que para ello le daba el thatcherismo residual y, tras el desmoronamiento de éste, con la subida al poder de Tony Blair. Y la tercera es el estallido de varias películas británicas de éxito mundial, como Tocando al viento y Full Monty , derivadas de su magisterio, pero que podían hacerle sombra.La respuesta de Loach a estas amenazas ha sido inteligente: el retorno a sus orígenes, al drama con giros de comedia sobre la vida, o la supervivencia, en los arrabales obreros de las ciudades británicas, escenario cuyos pobladores Loach conoce al dedillo: pobre gente hosca, libre, fea, desaliñada, cabreada y solidaria, cuya amarga (y casi documental) crónica cotidiana descoloca e irrita, después de 20 películas, al conservadurismo británico. Algún atildado señorito londinense huyó ayer ostensiblemente del Palacio de la Croisette, echando velocidad y pestes, para no oír la cerrada ovación que Loach arrancó de 3.000 personas.

Si, a base de ir al grano y de sinceridad, la simplicidad estilística de Loach entusiasmó, todo lo contrario ocurrió con el aparatoso irse por las ramas de la mentira que aportó el papa americano de la modernez Terry Gilliam, cuya Miedo y asco en Las Vegas dejó al personal sumido en el silencio.

La película, o lo que sea, es un lúgubre y mediocre encadenado de dos horas de spots , cuya percha argumental es la novela negra de Hunter S. Thompson Miedo y asco en Las Vegas , un relato con pinta de escueto y directo que Terry Gilliam distorsiona como una de esas masas de moco elástico que ahora venden en las jugueterías. Y lo hace a base de facilonas -hace falta ser Orson Welles para usar esta lente exagerada sin mentir con la cámara- tomas hechas con desproporcionado objetivo, gran angular volcado sobre los rostros y los comportamientos, que así resultan propios de un mal chiste de niños subnormales, de los dos infortunados intérpretes, reducidos por Gilliam a pedestres imitadores de chimpancés.

Ecos de sermones oídos en capillas de la modernez californiana auguran que Miedo y asco en Las Vegas viene a Cannes con ínfulas de hacer triunfar su (así, como suena) revolución de choque visual. Por lo visto, hacer sin un respiro muecas y manoteos de simio está allí de moda y ahora nos amenaza a la gente común de esta parte del mundo, ésa que va a los cines a ver comportamientos de hombres, no de macacos acelerados, a los que este Terry Gilliam, ex bromista (ahora por lo visto va de serio, de trascendental) de Monty Phyton, parece que les ha frotado el culo con una rociada de cocaína disuelta de alcohol de quemar, chute que no les permite ni una décima de segundo de quietud y que dispara a Johnny Depp y Benicio del Toro al mayor dislate gesticulador jamás filmado.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_