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Qué cosa tan tonta

Soledad Gallego-Díaz

Decir que la entrada de España en la moneda única ha sido consecuencia del «empeño personal» de alguien es, directamente, una de las cosas más tontas que se puede decir. España pondrá en marcha el euro al mismo tiempo que otros 10 países de la Unión Europea y de los cuatro que quedan fuera (Dinamarca, Reino Unido, Suecia y Grecia) sólo uno (Grecia) no reúne las condiciones económicas necesarias.Es decir, España ha cumplido unas condiciones de convergencia que han logrado, más o menos en el mismo espacio de tiempo, otros 14 países, con 14 Gobiernos no sólo distintos sino variopintos: liberales de derecha, socialistas, democristianos, liberales de izquierda, socialcristianos, socialdemócratas, conservadores, progresistas y hasta en un caso, el francés, con comunistas coaligados.

Ni tan siquiera a los portavoces de Romano Prodi -que ha dirigido en Italia el proceso de convergencia más asombroso y radical de todos- se le ocurrió hablar de «empeño personal» del primer ministro. Prodi actuó, y habló, en la cumbre de Bruselas, como si nunca hubieran existido dudas sobre la presencia de su país en la Unión Monetaria. Como si representara a un gran país sin el que, simplemente, Europa no existiría.

El mayor éxito para Italia -y para todos los países del Club Med- era lograr que la cumbre no recordara que hace un año nadie daba una lira, ni una «pesetilla», por su presencia en el euro. Y el primer ministro Prodi lo logró: oyéndole daba la maravillosa impresión de que Italia era una roca sobre la que edificar todo el edificio europeo.

Prodi se las apañó para sacar brillo al mismo tiempo a su país y a Europa. Incluso fue quien más se esforzó en quitar dramatismo a la discusión franco-alemana sobre la presidencia del Banco Central Europeo y no con argumentos absurdos sobre la «voluntariedad» de la futura dimisión del candidato holandés, sino yendo al fondo de la cuestión: «Duisenberg va a estar cuatro años al frente del BCE y cuatro años, creánme, equivalen ahora a un siglo».

El primer ministro italiano todavía tuvo tiempo, -camino de Estados Unidos, donde, casualmente, fue el primer dirigente europeo recibido por Clinton tras los acuerdos de la moneda única-, para lanzar un mensaje, bienhumorado pero agridulce, a sus propios ciudadanos: «El euro va a exigirnos nuevos esfuerzos. No va a ser un paraíso, sino un agradable purgatorio, con aire acondicionado y unos servicios limpios».

Es posible que, como han repetido hasta la saciedad los portavoces del Gobierno español, Italia y España eligieran estrategias diferentes en su camino hacia la moneda única. El resultado ha sido el mismo -los dos países estarán en el arranque del euro-, pero la imagen que ofrecieron en Bruselas fue muy distinta. Mientras Prodi se esforzaba en presentar una foto granítica de su país, José María Aznar encontró placer en explicar que los españoles nos movíamos en arenas movedizas; recordó hasta tres veces en público que nuestro país no había cumplido los criterios de convergencia hasta el último minuto.

La cumbre ha pasado, pero todavía queda un trámite importante en España, el debate parlamentario sobre los acuerdos de Bruselas. ¿Sería mucho pedir que los diferentes partidos políticos olviden la discusión sobre quién debe apuntarse el mérito y traten de plantear cómo nos vamos a mover en ese purgatorio refrigerado y durante ese siglo del que habla Prodi? ¿Sería posible que algún diputado español -socialdemócrata, liberal de derechas, socialista, socialcristiano, comunista o liberal de izquierdas- pregunte en público qué va a hacer nuestro Parlamento para establecer algún tipo de control democrático en el imparable proceso que se avecina? En lugar de entrar al trapo de la tontería, sería bueno comprobar que algún parlamentario español se ha preocupado por saber qué está proponiendo -y haciendo-, por ejemplo, el Congreso finlandés.

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