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Dos mujeres

Los verdes de mayo anuncian festivales y traen noticias de contratos. Dos mujeres. Se acercan dos mujeres argentinas por diferentes túneles, una ya conocida por el público español, Cecilia Rosetto, y la otra destinada a ser una de las mejores sorpresas del año, Adriana Varela. Cecilia Rosetto es un producto brillante de ese teatro total que se cultiva en Buenos Aires: canta, baila, recita, improvisa, ahora en el seno de un espectáculo cubano-argentino, Bola de Nieve, que tuve ocasión de ver hace algunos meses en Buenos Aires. El homenaje al mítico músico cubano propicia un despliegue de vitalismo caribeño con mirada y acento porteño, porque la mirada y el acento los pone Cecilia Rosetto, y Cuba, un elenco de actores capaces de sugerir el tifón y la brisa.Por el festival Grec barcelonés entra Adriana Varela en España, decidora de tangos con una voz de Chavela Vargas joven, avalada por el que fue el penúltimo patriarca del tango, Goyeneche, El Polaco. Dijo El Polaco: «No me gusta que las nenas canten tangos, pero el caso de Adriana es una excepción». Escuché por primera vez a la Varela hace casi diez años en un local tanguista de San Telmo, El Polaco como plato fuerte del espectáculo. La convertí en personaje de Carvalho en Buenos Aires, porque Adriana es una presencia de presencias, como esas ciudades que conllevan las arqueologías de muchas ciudades. Tangos clásicos o de diseño fin de milenio, la Varela dejará en España la pregunta: ¿cómo es posible que hasta ahora no formara parte de nuestro paisaje y de nuestra melancolía?

Con la Rosetto compro especias en El Gato Negro cuando voy a Buenos Aires, o me las envía ella a través de amigos comunes. A Adriana Varela hay que verla bajo el reflector, emergiendo como una sacerdotisa del tango que quiso hacer de la mujer sólo materia prima de memoria y deseo.

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