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La euronormalización

Emilio Lamo de Espinosa

Fue probablemente con ocasión del desastre del 98 cuando España y los españoles tomaron conciencia de la excepcionalidad del país. A través de nuestros primeros intelectuales, para quienes el desastre fue el equivalente local al affaire Dreyfus, descubrimos que éramos un país atrasado, pobre e inculto. No nos habían vencido las armas, sino la educación, la ciencia, la organización. Hasta la imagen de España cambió: se acabó el mito isidoriano de la España ubérrima para descubrir la sequedad de una tierra donde, como señaló Ortega, llovía hacia arriba. España toda era un problema.Personalmente creo que la generación del 98 se complacía en ese casticismo y singularidad y, al tiempo que lo caricaturizaba, lo estilizaba y le complacía. En todo caso, la ambivalencia desapareció pronto y fue la generación de 1914, la de Ortega y Azaña pero también la del ya maduro Besteiro -herederos todos de Giner-, la que lanzaría el gran proyecto: europeizar España. Lo que era tanto como decir modernizar España.

Desgraciadamente, la historia española del siglo XX no hizo mucho para modificar esa excepcionalidad y singularidad. Tampoco nuestros historiadores que, agobiados por el ser de España, nos dieron dos versiones similares de la misma historia. Para la historiografía oficial del franquismo, nuestros dos últimos siglos eran una serie ininterrumpida de guerras civiles y golpes de Estado, de desorden o inseguridad, que sólo acababa con la paz instaurada por el general. Para los historiadores críticos, marxistas o no, el problema era por qué en España no había habido revolución industrial, ni desarrollo de la burguesía, ni capitalismo, ni pensamiento científico, ni democracia. Habíamos perdido todos los trenes. Y así, de un modo y otro, todos venían a concluir en la vieja imagen romántica de las dos Españas y del país premoderno poblado por seres auténticos y valerosos, aguerridos y nobles, como si todos tuviéramos el tipo del gitano Camborio con las virtudes del campesino vasco. Spain is different.

Como dignos herederos de la ilustración del 14, los nietos de aquella generación, tras la muerte de Franco, nos lanzamos a liquidar la imagen romántica, ahora transformada en maldición histórica. Y como el destino tiene sus ironías, ha querido que en un mismo año conmemorásemos los cien del 98, los treinta del 68 y los veinte de la Constitución. Pues si algún proyecto político fusionaba a todos los que hicieron la transición, ése era el que Ortega expuso al señalar que Europa era la solución al problema de España. De modo que hay mucho noventayochismo en nuestro sesentayochismo, y mucho de ambos en los ideales que animaron el 78.

Ése fue el proyecto que lideró el PSOE en 1982: Por el cambio era por la modernización; y la modernización era y es -¿quién lo podría dudar?- la europeización. Acierta pues el presidente Aznar cuando, en la rueda de prensa tras la entrada en el euro, nos recuerda que estamos asistiendo al fin de la excepcionalidad histórica, a la realización del proyecto político del 98/14: España es ya, desde cualquier perspectiva, un país normalizado y europeo, tanto en términos políticos o económicos como sociales. Pero olvida Aznar que ese proyecto y esa realización es tan suya y tan propia del PP como podrían serlo El Quijote o La redención de las provincias. La cita europeizadora comenzó en 1914, tuvo en la II República un ensayo fracasado y ha tenido en UCD de Suárez y en el PSOE de González dos precedentes de los que su PP es heredero, por no citar la no irrelevante colaboración de CiU. Si nos quería hablar del euro con objetividad quizá hubiera bastado con recordar a Pedro Solbes y a CiU; es un objetivo que el PP ha alcanzado con mano firme y es su gran baza electoral. Pero si el presidente Aznar alude, como hizo acertadamente, a la dimensión histórica de esa cita, le faltó visión y generosidad, la misma de que adolece su Gobierno desde hace dos años y la causa de que, a pesar de sus numerosos éxitos económicos, haya bastado la tímida emergencia de una esperanza alternativa llamada Borrell para que la "lluvia fina" del apoyo electoral regrese, de nuevo -así lo muestran las encuestas-, al empate técnico.

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