Los toros del soponcio
Al tercer toro le dio un soponcio. Al quinto también.El soponcio bovino no es que sea nuevo en la tauromaquia contemporánea, pero se produjo uno que no habían visto nunca ni los más viejos del lugar.
La verdad es que los más viejos del lugar están viendo en los toros unos comportamientos y unas anomalías que eran impensables no ya cuando se aficionaron a la fiesta -a lo mejor en los tiempos de Cagancho- sino simplemente unos añitos atrás.
Unos añitos atrás había toros que se caían. A los de ahora, en cambio, les dan soponcios.
El tercero, que había padecido el muleteo plúmbeo e inconexo de Pedrito de Portugal, se preparaba a bien morir, cuadrando como Dios manda ante el matador, cuando de repente le dio el soponcio. Primero se venció a babor, osciló brevemente, y acabó cayéndose patas arriba. La cuadrilla se aprestó a levantarlo tirando con todas sus fuerzas de los cuernos y el rabo, y en cuanto lo consiguieron fue Pedrito de Portugal y le arreó un bajonazo.
Bohórquez / Esplá, Luguillano, Pedrito
Toros de Fermín Bohórquez (dos devueltos por inválidos), muy desiguales, varios con trapío y cornalones, 3º sin trapío, éste y 5º aquejados de extraña minusvalía, resto flojos. Sobreros de Ortigao Costa: 1º con trapío y casta; 6º grandón, manso. Luis Francisco Esplá: media a toro arrancado y rueda de peones; dos pinchazos y estocada corta trasera. David Luguillano: tres pinchazos y estocada; pinchazo tendido y se tumba el toro. Pedrito de Portugal: se desploma el toro, lo levantan, y bajonazo; pinchazo y estocada trasera caída. (Silencio en los seis).Plaza de Las Ventas, 10 de mayo. 5ª corrida de abono. Lleno.
Al quinto le pasó más o menos, incluídas las pretensiones pegapasistas de David Luguillano y sus intenciones toricidas. Ese toro quinto, buena gente, tomaba la muleta como si se hubiera dormido. ¿Que una noche se levanta usted por una necesidad -pongamos por caso y sin ánimo de señalar-, y va por el pasillo trastabillante en confusa duermevela, y aparece uno y se pone a pegarle derechazos? Pues así.
El público, naturalmente, no toleró semejante abuso de poder con el indefenso animalito y entonces Luguillano montó la espada. Entró a matar aligerando pues ya el toro empezaba a vencerse a babor, igual que su hermanito anterior, y el bochorno podía adquirir proporciones escandalosas. Se produjo, de todas formas. Nada más recibir el leve pinchacito, al toro le dio el soponcio. Y se desplomó. Y lo fulminó el puntillero.
Extrañas minusvalías son estas que se han introducido de súbito en la ganadería llamada de bravo. Los zoólogos debería estudiarlas y explicar al mundo por qué a los toros les dan soponcios y no a los restantes pobladores del reino animal. Por ejemplo, a las gallinas ponedoras.
Los otros especímenes no se crea que mostraron distinta condición. Hubo de salir un sobrero para que se viera lo que es un toro. Se trataba del primero de los del hierro Ortigao y le correspondió a Luis Francisco Esplá, que estuvo ágil de reflejos y torero. El toro desarrolló genio y Esplá se dobló por bajo con él, ganándole terreno a los medios. Así es el toreo, sí señor. Después intentó derechazos sin demasiada quietud ni templanza. No se fiaba -parecía evidente- y una colada le vino a dar la razón.
Al cuarto, que ya pertenecía a Bohórquez, ganadería titular -y tan inválido como los otros- le puso banderillas mediante espectaculares carreras de poder a poder. No todas las posibles: en el toro sólo cuatro, ya que dos se fueron a la arena. Y, además, a toro pasado. El tendido 7 y correligionarios le pitaron por eso, mas los restantes espectadores, que le ovacionaban con delirio, se enfrentaron con quienes protestaban, les dijeron de todo, querían echarlos de la plaza. El propio Esplá, sin embargo, acabó dejándolos sin argumentos pues en la faena de muleta estuvo medroso, sólo empleaba unipases, rectificaba casi todos, no templó ninguno.
Luguillano ciñó derechazos al encastado Bohórquez que hizo segundo, aguantó con valor sus codiciosas embestidas y, hecho el alarde, muleteó sin reunión. Se trataba de un Luguillano desconocido, porque no cuadran con su temperamento de artista ni el arrojo que demostró en el prólogo ni la desastradas formas que sacó en el epílogo.
El sexto, segundo sobrero de Ortigao, grandón, bizco y destartalado, se comportó topón y violento en los primeros tercios e inesperadamente, llegado el tercero, se adormiló y estuvo a punto de caerse también patas arriba. Aventuraban expertos en tauromaquia que las causas de los soponcios eran los pases que les pegaba Pedrito de Portugal. Pero está por demostrar.
Babelia
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