_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Relevo

No entra en discusión que hay en el cine español de ahora un abundante añadido de nombres nuevos a las nóminas de directores de películas. Está ahí, en la lógica de las cosas. El libro Espejo de miradas, de Carlos Heredero, registra desde 1990 más de un centenar de largometrajes realizados por debutantes, lo que tiene pinta de relevo: gente, la mayoría jóvenes, que entra en el aprendizaje vivo -sobre rutas del oficio, no en un aula- y que buscan espacios en las sombras de sus colegas en retirada. Lo que entra en rechazo es que a éste atajo de una simple mecánica de sucesión generacional se le de rango de mutación, de tabla rasa con lo que existe, con lo ya construido, como algún traficante de imposturas quiere.Es parte del ir tirando ensoñar que estamos en un punto sin retorno del avance de nuestro cine, pero para poder hablar sin guasa de un salto de esta envergadura haría falta que, entre esos debutantes y los que vengan, cuaje un apretado puño de "buñueles" capaces de poner naftalina en nuestras imágenes hechas, para sustituirlas por cine inédito. Algo así lograron unas decenas de cineastas europeos exiliados en el Hollywood de entreguerras, media docena de italianos empeñados en devolver al cine de su país los lazos con la calle, perdidos durante la encerrona fascista, y una decena de revientafilmotecas franceses en la efímera, y devastadora para lo establecido, sacudida de la nueva ola en los años cincuenta. Pero el buen cine hecho por la gente española que ahora se echa a rodar sigue en lo esencial los cauces del cine de ayer, y oir (como he oido y tuve que aguantar la carcajada) a un exégeta de esta (así, como suena) revolución que «el cine de Camus, Erice y Almodóvar está superado» y ya se hace aquí otro cine, derivado de otra mirada segregada de otra idea de la imagen y la vida, es indicio de que nada nuevo hay que buscar en edificios de barro que para sostenerse necesitan el andamiaje teórico de estupideces de ese calibre.

Los diez o doce directores que, de ese centenar de debutantes, proponen algo propio que contar son parte, porque son consecuencia, de una lenta avalancha que se viene abriendo paso a trompicones desde hace casi tres décadas, de manera que lo que en ellos más merece la pena es precisamente lo más heredado, lo que más les enlaza con el terco esfuerzo vivificador construido por el cine español sobre el, ahora temerariamente olvidado, solar del fascismo franquista. Desde que, tras aquél erial, comenzó a reinventarse aquí el cine, se han hecho excelentes películas, muchas más de lo que deja ver nuestro desastroso sistema de hacerlas valer en el mundo. Desde los años cincuenta no existía un tan inquieto movimiento de espejos como el ocurrido en los últimos decenios. Y esa inquietud se adentra en el tiempo que viene y trae una promesa de forja: la solvencia del puñado de nuevos cineastas que merecen la pena se alimenta de que son una prolongación, no un iluso borrón y cuenta nueva.

Para entendernos, unos hilos sueltos de los que tirar. Santiago Segura hizo de su torrente libertario una mina de oro, no porque rompa moldes hechos, sino porque los hace suyos; no por parentesco con la modernez, sino porque la pulveriza y hurga en el libérrimo estercolero de la vieja carcajada negra de El cochecito, Atraco a las tres y tantos otros Rufufús ibéricos. Por su parte, la poderosa ironía de la mirada de Alex de la Iglesia sobre el sofocante Madrid en El día de la bestia está arrancada de Almodóvar -como Vacas fue sembrada por Julio Medem sobre tierra abonada por Víctor Erice, que a su vez es un cineasta abastecido de herencias clásicas-, que tampoco inventó esa forma puntiaguda y hacinada de mirar la ciudad, sino que movió viejos espejos cóncavos en rinconadas del Madrid fronterizo, descreido y canalla, ese que alimenta el río de sorna que arrastra aguas de Goya, Gutiérrez Solana, Valle Inclán y Buñuel hasta Neville, Sáenz de Heredia, Azcona y Fernán-Gómez, en celuloide con emulsión de ácido escéptico. Y tres de las más singulares obras del relevo desvelan así que su fuerza de arrastre procede de su ayer, punta del siempre, ahora en estado de reconfortante primavera, que es tiempo vivo, pero no tiempo nuevo.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_