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Supercampeón Blair

El primer ministro británico es aún más popular que cuando hace un año llegó al 10 de Downing Street

Tony Blair huye de las celebraciones y actos triunfalistas al cumplir este fin de semana su primer año al frente del Gobierno británico. En los últimos 12 meses, la agenda del Ejecutivo laborista ha avanzado a un ritmo frenético, con buenos resultados en economía, educación e Irlanda del Norte, además de sentar las bases de una radical reforma constitucional. El primer ministro, que el próximo miércoles cumplirá 45 años, se niega a bajar la guardia y aprovecha su cumpleaños político para comenzar a afianzar la victoria en las próximas elecciones.Blair conserva el magnetismo que le ayudó a instalarse en el 10 de Downing Street hace un año. Comentaristas y analistas políticos reconocen que no se arrepienten de haber brindado sus respectivos votos al nuevo laborismo. Los sondeos de opinión señalan que, de celebrarse hoy las elecciones, los laboristas ganarían incluso más escaños que el récord de 418 obtenido el 1 de mayo de 1997. En consecuencia, la oposición parlamentaria de conservadores y liberales pierde popularidad mientras el Gobierno, y Blair en particular, elevan su perfil en una media de 10 puntos respecto al año pasado, según las encuestas.

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Un reino desunido

La popularidad tiene su razón en la inmediata puesta en marcha del proyecto político de Blair. Durante la campaña electoral, los laboristas fijaron cinco objetivos específicos -educación, control económico, empleo juvenil, sanidad y jóvenes delincuentes- sobre los que el electorado juzgaría su actuación. El Gobierno ha cumplido su pacto salvo en la promesa referente a la reducción de las listas de espera en la sanidad. Pero su titular, Frank Dobson, no sólo se disculpó públicamente, sino que aprovechó el fallo para conseguir nuevos fondos del Tesoro. «En contra de los pronósticos, Dobson ha resultado ser el más astuto del Gabinete», defendió recientemente Andrew Rawnsey en el dominical The Obserer .

Otra de las estrellas, Gordon Brown, ministro de Hacienda, se ha ganado la confianza de las clases medias, tradicionalmente recelosas de la gestión económica del Partido Laborista, con un programa de reducción del gasto público y control de la inflación que comenzó con la independencia del Banco de Inglaterra. «Una actuación demasiado prudente, pero la cotización de la libra y la situación de la Bolsa muestran niveles extaordinarios de confianza. A la City le gusta», defiende Tony Travers, de la London School of Economics (LSE).

Quizá es la indefinición sobre lo que representa el Nuevo Laborismo el factor que mantiene en vilo al país. Al optar por la tercera vía, Blair evita definirse de acuerdo a una ideología establecida. Para unos, los laboristas recogen la herencia de la socialdemocracia, otros los consideran socioliberales y los más críticos los definen como democristianos. «Blair es un político empírico que aprende sobre la marcha», dice el politólogo Richard Hefferman, de la LSE. «Representa al neoliberalismo, aunque se guarda de decirlo por temor a su propio partido. Es rehén de sus diputados».

«El Gobierno», señala Travers, «es enormemente popular y populista». Su reforma de la Seguridad Social -«un programa a largo plazo», recuerda el profesor- promueve la idea de incentivar el trabajo recordando al electorado que no sólo tiene derechos, sino también responsabilidades. La reforma tropezó al enfocar sus primeras iniciativas en las madres solteras y discapacitados, pero el Nuevo Laborismo lo achacó a un problema de presentación.

La maquinaria de relaciones públicas, que funcionó a la perfección durante la campaña electoral, comenzó a renquear al exponer las primeras decisiones de un partido alejado del poder durante 18 años. Travers defiende otra teoría: «La izquierda laborista criticó los recortes sociales, pero con este programa el Gobierno anuló la oposición de los tories y afianzó su perfil entre la prensa de derechas. Una estrategia para reforzar su popularidad». En el exterior no hay político más admirado que Blair. El acuerdo del Viernes Santo en el Ulster (posible gracias a su fría y calculadora trama negociadora de última hora), la invitación a Yasir Arafat y Benjamín Netanyahu a negociar el próximo lunes en Londres, su estrecha relación con Bill Clinton y la cálida acogida que le otorgaron los diputados franceses son algunos signos de la buena reputación que el primer ministro británico tiene fuera de su país. Los socios europeos, por otra parte, reconocen la labor del nuevo Gobierno, que en menos de un año ha transformado la actitud de los británicos. «Blair ha conseguido que los británicos vuelvan a sentirse europeos», confirma el catédrático Howard Machin, director del Instituto Europeo de la LSE.

Blair reconoce no tener respuesta para todos los problemas. Su objetivo es modernizar el país y contar para ello con todos los sectores: desde las jóvenes generaciones, que se contagian del Cool Britannia (el moderno Reino Unido), al pueblo llano, que no olvida su impecable actitud tras la muerte de Diana de Gales, pasando por los marginados, a los que ofrece oportunidades para prosperar. Como señala Rawnsey, «El blairismo es un viaje sin destino final», un maratón que, de momento, marcha hacia la victoria en el nuevo milenio.

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