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El PSOE puso empeño político en acceder al euro y el PP remató la faena económica

«El euro es voluntad política y esfuerzo económico», decía hace un mes uno de los funcionarios comunitarios que elaboró el informe de la Comisión Europea sobre el grado de cumplimiento por los Estados miembros de los requisitos del Tratado de Maastricht para acceder a la moneda única. La voluntad política la pusieron sobre todo los gobiernos socialistas; el esfuerzo económico fue obra de unos y otros, aunque el grueso de la convergencia se logró en los dos últimos años.

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El sueño de la unión monetaria volvió a nacer en la cumbre de Hannover, en junio del año 1988, y para dejar claro el compromiso de su Ejecutivo con la iniciativa, el presidente del Gobierno Felipe González peleó porque además del entonces gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, estuviese en el comité que diseñó el proyecto un segundo representante español, Miguel Boyer.Desde aquel momento González no perdió ocasión de impulsar la moneda única. Tuvo mútiples oportunidades de hacerlo. La siguiente fue en la primera cumbre que presidió, en junio de 1989 en Madrid, que aprobó el informe del comité que encabezaba Jacques Delors. La última, seis años y medio después, en la misma ciudad, cuando los líderes europeos bautizaron la futura moneda europea con el nombre de euro y acordaron las modalidades prácticas de su introducción.

Su fe europeista le hizo, sin embargo, cometer errores inspirados por su ministro de Economía de entonces, Carlos Solchaga. Todos los analistas reconocen hoy en día que la peseta no debió ingresar en el Sistema Monetario Europeo, en julio de 1989, con una cotización tan alta con relación al marco. Los mercados financieros la corrigieron bruscamente tres años después y provocaron una cascada de traumáticas devaluaciones.

El primer Plan de Convergencia español (1993-1997) saltó entonces por los aires, al poco tiempo de haber sido presentado por Carlos Solchaga. España se alejó de sopetón de los requisitos para acceder a la moneda única, recién fijados en la cumbre de Maastricht, en diciembre de 1991.

Hubo que esperar a las elecciones legislativas de junio de 1993 y a que Pedro Solbes tomase las riendas de la política económica para que el país se pusiese de nuevo, poco a poco, en la senda de la convergencia con sus socios europeos más virtuosos.

Los primeros frutos

Fue al final de la etapa socialista cuando se recogieron los primeros frutos. En su informe de marzo pasado sobre el cumplimiento de la convergencia, la Comisión señala que «la reducción más fuerte del déficit presupuestario se produjo en 1996», año en que se recortó hasta el 4,6% del producto interior bruto (PIB). Algo parecido sucedió con la inflación, que cayó hasta un 3,4%.Cuando los socialistas abandonaron el poder, la economía española parece empezar a entrar en el corsé de Maastricht. Todos dudan, sin embargo, que la dieta a la que está siendo sometida le permita acabar de ponérselo en 1997, el año de referencia para que la Comisión y el Instituto Monetario Europeo evalúen si los aspirantes al euro satisfacen los requisitos.

Duda, por ejemplo, el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, de que sea asumible el fortísimo ajuste del gasto público. Duda también Cristóbal Montoro, portavoz de Economía del PP, como recuerda en su libro sobre la unión monetaria Emilio Ontiveros. Sostiene que sus adversarios van a dejarles en herencia un importante déficit oculto.

Reloj en marcha

Apenas toman posesión de los despachos tras las elecciones de marzo de 1996, los populares ya sugieren «parar el reloj de Maastricht» para dar tiempo a España a llegar a la cita de la moneda única, en el año 1999. Lo dijo Abel Matutes horas después de haber sido nombrado ministro de Asuntos Exteriores y lo confirmó Rodrigo Rato, el vicepresidente segundo, que rectificó horas después.Un año más tarde, en la primavera de 1997, el Gobierno de José María Aznar, ya cree firmemente que estará en el pelotón de cabeza. Sólo los más ortodoxos guardianes de la disciplina de Maastricht -alemanes y holandeses-, albergan algunas dudas. Su portavoz de hecho, el ministro holandés de Finanzas, Gerrit Zalm, menciona despectivamente un «club mediterráneo» de países que no convendría incorporar al euro. Al final, sus dudas respecto a España se desvanecen y sólo pone pegas a la incorporación de Italia.

El plan de convergencia presentado por Rodrigo Rato recibió un espaldarazo inesperado, el del ciclo económico. España empezó a crecer por encima de lo previsto y, en consecuencia, según señala la Comisión Europea en su informe, el déficit también disminuyó más de lo calculado, hasta situarse en un 2,6% del PIB, una cifra mejor que la de Alemania. La inflación también fue ejemplar (1,8%).

España no sólo llegaba a tiempo a la meta sino que, a diferencia de Italia, no lo hacía con la lengua fuera. La oposición socialista quiso empañar el éxito y González recordaba, por ejemplo, que las cifras macroeconómicas de Portugal eran todavía mejores.

Aznar ha repetido hasta la saciedad, desde entonces, sobre todo en medios de comunicación extranjeros que por primera vez en este siglo España llegaba puntual a una cita histórica como lo es la proclamación, ayer, de los países europeos que formarán la unión monetaria.

No participó en la creación del Consejo de Europa ni de la OTAN en 1948, no fue fundadora de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1952 ni del Mercado Común en 1957.

Ingresó en 1986 en lo que se había convertido en la Comunidad Europea, donde sí estuvo presente en la negociación del Acta Única que generó el mercado único y la política de cohesión o solidaridad de los Estados «ricos» con los menos desarrollados lleva, además, un marcado sello español. Ninguna de ellas reviste, sin embargo, la misma importancia que el nacimiento del euro.

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