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El incapaz

MANUEL PERIS Cuando Zaplana le nombró conseller de Sanidad saltaron las alarmas. Poner al frente de la sanidad pública valenciana a un médico como Joaquín Farnós, directamente vinculado al negocio de la sanidad privada, era tanto como poner a la zorra de guardián del gallinero. Lo ha demostrado impulsando en Alzira negocios hospitalarios privados a costa del contribuyente. El episodio de su incapacidad permanente absoluta es una radiografía del talante del personaje. Durante la legislatura anterior, Farnós, a la sazón diputado por UV, obtuvo de la Seguridad Social algo que, debido a las limitaciones presupuestarias, consiguen pocos españoles por muy enfermos que estén. Sin embargo, el entonces diputado se las agenció para lograr su incapacidad permanente absoluta, o lo que es lo mismo el derecho a percibir el ciento por ciento de la base reguladora de su cotización, ante la imposibilidad de realizar de por vida cualquier tipo de trabajo, a excepción, según la jurisprudencia, de labores marginales. Dejó el escaño regionalista y pasadas las elecciones, resucitó milagrosamente para la vida pública como conseller del PP. La inaudita situación obligó a la Seguridad Social a realizar una pirueta jurídica por la que se suspendía temporalmente la percepción de los emolumentos derivados de la incapacidad, aunque no la declaración de la misma. Desde entonces cobra como conseller y ejerce de una manera que piadosamente llamaremos marginal para atenernos a la jurisprudencia. Para explicar la rocambolesca situación, Farnós no tuvo empacho en comparar su incapacidad con la del mismísimo Franklin D. Roosevelt, recordando que el presidente norteamericano había dirigido el país desde una silla de ruedas. El hecho de creerse Roosevelt, a diferencia de lo que sucedía con los que imaginaban ser Napoleón, no le supuso ingresar en un manicomio, sino que le dio un balón de oxígeno para seguir, tan pancho, al frente de la sanidad valenciana. Y agradecido, nada opuso cuando el año pasado Zaplana rebanó 500 millones del presupuesto de Sanidad para el fútbol y tampoco este año, cuando otros centenares de millones destinados a salud se han desviado para publicidad gubernamental. Como dijo el propio Bonaparte: el necio tiene una gran ventaja sobre los hombres juiciosos, siempre está contento de sí mismo. Tan contento, que lejos de aceptar sus responsabilidades políticas en el caso del contagio masivo de hepatitis C, asegura no sólo que no ha fallado en nada, sino que "ha ocurrido lo que tenía que ocurrir". Farnos sigue limitando en un facultativo la causa del drama e intenta difuminar en el corporativismo médico el penoso hecho de que los ciudadanos tuvieran que enterarse del asunto con tres años de retraso, cuando dos empresas privadas han constatado la desmedida incidencia de esta enfermedad entre sus trabajadores. Y nada dice de la falta de garantías para los usuarios en las operaciones desviadas a la sanidad privada con el plan de choque que inventó para acabar con las listas de espera. Macabro. Puede que Farnós tenga una incapacidad permanente absoluta para el trabajo, como ha declarado la Seguridad Social, pero lo que es seguro es que es un incapaz absoluto para estar al frente de la salud de los valencianos.

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