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FERIA DE ABRIL

Ese Curro incombustible

Curro es un permanente renacer. Curro Romero se reaviva de sus propias cenizas y aparece de súbito hecho un torero juvenil y rozagante, valeroso y artista que va y pide pelea. Ese Curro Romero exclusivo es incombustible; como el propio arte de torear.Las verónicas con que recibió al cuarto toro fueron gloria bendita. Las verónicas con que recibió al cuarto toro fueron un cúmulo de valor, de técnica, de arte. Y enloquecieron a la afición.

El toro se iba suelto, trotaba abanto abriéndose de las tablas y querían intervenir los peones, pero Curro Romero no les dejaba. Curro Romero había visto la condición del toro tan pronto apareció en el redondel.

Qué ciencia infusa, qué genio intuitivo posee Curro Romero para conocer la catadura de los toros en cuanto asoman el morro por el portón de chiqueros constituye un insondable misterio. El caso es que según plantaba el toro la pezuña en el albero Curro hacia otro tanto con las zapatillas y ya estaba presente dispuesto a torear. Al cabo de unos cuantos galopes alocados del toro por los medios Curro lo trajo al tercio, le desengañó de sus querencias, le fijó en el engaño, le enjaretó en un palmo de terreno lo menos diez verónicas inmensas y las abrochó con media verónica de cartel.

Domecq / Romero, Ponce, Rivera

Toros de Juan Pedro Domecq, de escaso trapío, 2º y 3º impresentables, varios sospechosos de pitones, inválidos y descastados, excepto 1º, con trapío, fuerza y casta. Curro Romero: media atravesada y descabello (pitos); pinchazo, estocada corta y dos descabellos (petición y vuelta). Enrique Ponce: pinchazo perdiendo la muleta y media saliendo derribado (aplausos); estocada ladeada (ovación y salida al tercio). Rivera Ordóñez: dos pinchazos, se sienta el toro y lo mata el puntillero (silencio); seis pinchazos - aviso - y estocada corta perdiendo la muleta (silencio). Plaza de la Maestranza, 30 de abril. 13ª corrida de feria. Lleno.

La Maestranza, ya se puede suponer, se convirtió en un manicomio. El gentío alborotado y en pie, unos se echaban las manos a la cabeza, se abrazaban otros y todos se rompían las manos de aplaudir mientras la banda soltaba al viento sus más jubilosos sones.

Estaba lanzado Curro e hizo dos quites a la verónica. Uno detrás de otro. Todo el toro había de ser para él. Mecía el lance con una lentitud asombrosa y restallaban estruendosos los olés. Lo malo fue que no había toro. En el segundo quite se acabó el toro. Se acabó sin remisión al tomar la tercera verónica. Tal cual humillaba perdió el control, cayó de lado, se pegó la gran costalada y quedó en desairada posición, patas arriba, sorprendiendo al personal con la innecesaria exhibición de lo del día de la boda.

Aún habría más Curro, más toreo, más arte; pero sin toro. De todos modos aquel toreo de capa quedó plasmado para la historia; su regusto, para engolosinar de por vida los más exigentes paladares; sus formas, como ejemplo de lo que es el arte de torear.

Entró Enrique Ponce a veroniquear el toro siguiente y no era lo mismo. Tiraba el lance sin reunir y rectificaba precipitadamente los terrenos. Cuando los modernos pegapases torean a la verónica el público parece que está viendo un partido de tenis: han de volver la cara ora a babor, ora a estribor, para seguir de un lado a otro el ajetreado zapatilleo que se trae el artista.

Los principios del movimiento continuo animaban también las faenas de muleta. Ponce toreó fuera de cacho, componiendo con pinturería la figura al embarcar, quitándose precipitadamente de en medio al rematar. Luego no ligaba. Y una faena que no es ni reunida ni ligada se ajustará fielmente a los principios del movimiento continuo que sustentan el toreo moderno, pero tiene muy poco que ver con el verdadero arte de torear.

El primer toro de Ponce carecía de trapío, presentaba una cornamenta escasa de sospechosos pitones, padecía perniciosa invalidez, sacó un temperamento borreguil, se desplomaba sin causa aparente que lo justificara. O sea, lo que su propio ganadero llama el toro artista. El segundo del lote, debía de ser menos artista pues, aunque noble, desarrolló cierta viveza. Dio lo mismo. A los dos les aplicó Ponce similar faena.

Las de Rivera Ordóñez no podían existir. Inválidos y totalmente descastados sus toros únicamente tuvo ocasión de intenar algún derechazo suelto. El tercero de la tarde, durante el muleteo se sentó donde le dio la gana para ver cómodamente la corrida y al sentir un pinchazo repitió la acción. El sexto huía para refocilarse en su mansedumbre al abrigo de las tablas y Rivera Ordóñez lo pasaportó de mala manera.

El único toro entero de la corrida salió en primer lugar, Curro Romero lo capoteó bien y en cambio con la muleta se limitó a trapacear. Como si estuviera acabado. Pero renació de sus cenizas en cuanto vio salir al cuarto y tras poner boca abajo la Maestranza con las verónicas tomó la pañosa y se emborrachó de torear. Aprovechando la nobleza del toro, y seguramente también su invalidez, le dio pases de todas las marcas, varios de ellos rescatados de las tauromaquias añejas. Todos los pegapases juntos son incapaces de dar al cabo de una temporada entera el riquísimo repertorio que Curro Romero desplegó en sólo tres minutos de faena.

Por eso es el faraón. ¿Algo que objetar?

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