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El reinado de los clásicos

Diego A. Manrique

El impacto internacional de Buenavista Social Club, el disco de veteranos supervisado por Ry Cooder, ha causado un maremoto en Cuba. La figura de Compay Segundo se ha elevado a emblema de la isla, un fenómeno que causa estupor y hasta irritación en el mundillo musical local. Unos lamentan que esa ascensión haya eclipsado la labor de difusión internacional del son que realizó La Vieja Trova Santiaguera: «Ellos no tienen un Grammy por no haber recurrido a un yanqui como embajador». Por el contrario, algunas de las figuras dominantes en la salsa -como José Luis Cortés, líder de NG La Banda- se indignan ante el hecho de que su música, la más popular en Cuba, sea relativamente ignorada en el exterior. Las compañías extranjeras, conscientes de lo diminuto del mercado discográfico cubano, están desviando su atención al son añejo. No se trata sólo de una contienda estética. Aparentemente, los sectores más desconfiados del régimen cubano utilizan el éxito de los viejitos para arremeter contra la moderna salsa, culpable de ser demasiado estridente, deslenguada, descaradamente hedonista, inequívocamente pegada a la calle.

Afortunadamente, el reconocimiento de la música ancestral también está permitiendo que EGREM, la discográfica estatal de mayor solera, extraiga de sus archivos antiquísimas grabaciones de Compay Segundo o del pianista Rubén González, a la vez que apoya a artistas como Celeste Mendoza, Papo Angarica o los gloriosos Papines.

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