Lo imposible ha vuelto a suceder
Es media tarde y hace un tiempo magnífico. Los primeros vencejos alabean los cielos y un joven mirlo se ha dejado ver emboscado en los arbustos del jardín. Los niños juegan entre unos árboles esquemáticos que ya quieren empezar a brotar. Mientras tanto una lengua de lodo, metal y muerte avanza aguas abajo en Entremuros hacia las marismas de Doñana. Las marismas de Doñana, el último rincón salvaje del continente europeo. Aguas arriba del paraíso, los hombres explotan el mineral. Lavan la piedra y extraen la mena. Los cenagosos Iodos de las minas de Aznalcóllar han gravitado durante años sobre un río de Doñana, el Guadiamar, como espada de Damocles. Se prometió imposible que llegara a caerse. Se ha caído. ¿Cómo es posible? Anteriormente no han sido pocas las ocasiones en que desde el Patronato de Doñana se han solicitado seguridades respecto de la ex plotación minera, la contestación de las administraciones responsables siempre ha sido la misma; parapetadas en la incontestable verdad de unos estudios que ahora parecen discutibles y en el chantaje moral de unos puestos de trabajo que ahora se antojan futiles frente a la vida y el futuro que se pierde, siempre se ha asegurado que lo que ha ocurrido nunca podía ocurrir.
El agua aún no ha entrado en la marisma, pero es posible que lo haga. Hombres y máquinas luchan por construir un muro transversal en Entremuros que permita desviar las aguas emponzoñadas al río Guadalquivir en el límite mismo del parque nacional. Aguas arriba a su paso ha sembrado de barros negros y metales pesados tierras que producían vida y dinero. Ha anegado cultivos y ha generado, nuevamente, la desconfianza hacia una tierra y unas gentes que empezaban a querer vivir de acuerdo con la naturaleza que los rodea. ¿Cuánta economía se ha perdido? ¿Cuánto competidor avispado no dará buen aviso del veneno que por décadas va a emponzoñar las tierras que rodean el no Guadiamar? ¿Cuánta imagen de comarca en busca de un desarrollo sostenible se ha quebrado?
A medida que avanza la lengua de lodo los viejos amigos me dicen que se va ralentizando. Cuando hace una década planteamos algunos la necesidad de establecer un mayor y mejor sistema de control y regulación de las aportaciones de agua al parque nacional muchos nos tacharon de ingenieriles y tecnócratas, nadie renunciaría ahora a emplear el más sofisticado sistema de compuertas para desviar la muerte que se acerca. Hoy se trabaja aceleradamente en tratar de remedarlo mínimamente.
Entretanto, aguas abajo, la vida bulle. La colonias de noveletas y golondrinas de mar crecen. Las plantas sumergidas tapizan aguas en las que nadan los peces y pescan las garzas. La soledad aísla un mundo simple. El viento riza aguas y renueva sonidos que se mezclan con la algarabía de los patos y las espantadas de los calamones. Bajo el sol inclemente otean las aves de presa y el lince atisba la escena desde el cañaveral.
Es difícil aventurar qué puede ocurrir si penetra la lengua de lodo envenenado. Además es ésta la peor época del año, con una marisma latiendo repleta de vida y de agua. En la marisma, un universo plano, el agua no se mueve por gravedad, se mueve por vientos, por mareas y por diferencias de cota. Eso hace todavía más errática la previsión de dónde puede acabar el agua.
Independientemente de dónde se produzca el vertido, al estar la marisma con un razonable grado de inundación, si no se lograra desviar hacia el río Guadalquivir sería posible que se produjese una mezcla del lodo con el agua. En ese caso, será difícil aislarlo. Y también que alguien se atreva a plantear la dura decisión de vaciar la marisma en esta época.
Poco a poco, y a pesar del esfuerzo de muchos, Doñana es más débil. Estas cosas no pueden ocurrir en ningún sitio, pero menos en aquéllos donde voluntariamente todos hemos decidido que no nos pertenecen sólo a nosotros.
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