El enemigo en casa
Ruanda se ha convertido en un tornado para África. El estratega Paul Kagame, el verdadero hombre fuerte de Kigali, emparentado con la aristocracia tutsi y formación militar en EE UU, impulsó en el otoño de 1996 una de las operaciones militares más osadas de los últimos tiempos. Con la inestimable ayuda de su amigo Yoweri Museveni (el presidente de Uganda, a quien ayudó a conquistar el poder), atacó los restos del Ejército hutu ruandés y las milicias interhamwes (los que matan juntos), directos responsables del genocidio de 1994 que habían buscado cobijo en los campos de refugiados instalados en el entonces Zaire (hoy República Democrática de Congo). Su acción logró lo que agencias humanitarias de la ONU y organizaciones no gubernamentales no habían intentado: separar a los asesinos del grueso de los refugiados y desmantelar los campos que alojaban a más de un millón de personas. Pero la operación ha tenido indeseadas secuelas, la última ayer mismo: la vergonzosa ejecución a cielo abierto, ante los ojos de la muchedumbre, de 22 condenados en juicios-farsa por el genocidio. Las tropas de Kagame y Museveni llevaron en volandas a Laurent Kabila hasta el trono de Kinshasa. Pero con Kabila no sólo no llegó la democracia, sino que en la marcha de siete meses hacia Kinshasa que acabó con Mobutu fue diezmado el Ejército hutu y sus milicias y se cometieron nuevas matanzas que la ONU no consigue investigar por culpa de las interminables estratagemas de Kabila.
Tras la ofensiva de Kigali, cerca de un millón de refugiados hutus regresaron en cuatro días a Ruanda. Si con aquella atrevida operación Kagame quería acabar con el santuario de las milicias que lanzaban periódicas acciones de castigo, se equivocó. La guerrilla hutu, aliada con vieja tropa de Mobutu, actúa ahora desde el lado congoleño de la frontera y desde el interior de Ruanda, porque muchos milicianos se infiltraron en el país con la masa de refugiados de retorno. Rara es la semana que el número de civiles muertos no llega al centenar: tanto a manos de extremistas hutus como del Ejército ruandés. Un nuevo ciclo de violencia que el brutal escarmiento de ayer no conseguirá detener.
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