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En la escuela de Tony Blair

Había muchos motivos de "fury and conflict" entre los partidos Laborista y Conservador antes de las últimas elecciones celebradas en el Reino Unido y Tony Blair no ahorró mencionarlos en duros ataques a la política de sus adversarios. Pero el nuevo líder del laborismo británico, en una Declaración sobre el proceso de paz de Irlanda del Norte publicada el 13 de febrero de 1996, puso todo su empeño en afirmar que en, lo que se refería a la paz en Irlanda del Norte, "trabajaremos con ellos, juntos, unidos, para situar la paz por encima de la política de partidos". Muchos menos asuntos conflictivos alejan al PNV del partido conservador español. Desde hace dos años, los acuerdos han sido rápidos y sobre cuestiones sustanciales. En realidad, se llevan tan bien que hasta el vicepresidente del Gobierno es festejado por sus homólogos vascos y está a partir un piñón con ellos. Sobre todos los temas de calado político reina la más envidiable concordia; sobre todos, excepto el que se refiere a la estrategia contra el terrorismo. Ahí ocurre exactamente lo contrario de lo sucedido entre los británicos: las políticas de partido han ocupado siempre el primer lugar de la escena. Es inútil señalar al responsable de semejante situación, pero cuando, tras los asesinatos de concejales del PP, la reacción más notoria del PNV ha consistido en agitar los brazos y alzar la voz alarmado por los réditos en número de votos que sus rivales podrían obtener de esos hechos, no queda nada por decir. Los partidos nacionalistas vascos nunca han estado interesados en situar la política de paz por encima de sus intereses partidarios por la muy sencilla razón de que identifican esos intereses con el ser de la nación. Es más, con la metáfora de que unos sacuden el árbol y otros recogen el fruto y con un ejercicio del poder que jamás ha situado entre sus prioridades la persecución de ETA, los nacionalistas del PNV no han dejado de alimentar las esperanzas mesiánicas de "esos chicos" a los que se dirigen como al hijo pródigo de la parábola evangélica: después de la juerga, algún lugar habrá para ellos en la casa del padre. De ahí que ahora, cuando entre el Reino Unido y la República de Irlanda, con la participación del Sinn Fein y de los unionistas moderados, se han echado las bases de un proceso de paz, la reacción del PNV no puede ser más hipócrita. Todo el mundo, al parecer, tiene algo que aprender del coraje de los políticos británicos e irlandeses menos ellos. Ni los dirigentes del PNV ni los de EA tendrían que ir a la escuela de Blair -y de Ahern, comprometido a modificar la Constitución irlandesa en un sentido contrario a los objetivos nacionalistas- La condición de alumnos queda para todos los demás, para el Estado español, que lleva 20 años paralítico, y para HB, que persiste en su "disidencia cívico-política". Mientras el Estado español y HB no aprendan de Blair, no hay nada que hacer, cantan a coro el PNV y EA. Pues sí que habría algo que hacer; por ejemplo, leer a su maestro. Tony Blair, además de alabar la osadía de los conservadores para firmar la Declaración de Downing Street, aseguró en 1996 que el Sinn Fein no participaría en ninguna conversación ministerial de ninguna clase si no dejaba claro, sin sombra de duda, que abandonaba la violencia para siempre; que o todo el mundo jugaba con las reglas de la democracia o no se jugaba. Blair habló entonces de que el brazo de la paz no es débil, sino firme y paciente, que no se rinde a la violencia ni llega a ningún compromiso con ella. Su mérito es haber mantenido esa política, iniciada por su antecesor. Reglas de la democracia, acuerdos entre partidos, firmeza ante los asesinos: en eso consiste todo su coraje. Si los dirigentes del Partido Nacionalista Vasco hubieran mostrado la mitad de ese valor y hubieran exigido a sus hijos pródigos, sin alentar falsas expectativas y ejerciendo su responsabilidad de gobernantes, el abandono del terror, otra sería ahora la situación de su país

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