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Pascua de japoneses

Vicente Molina Foix

En Madrid no se celebra comestiblemente la Pascua, y me entra nostalgia de las moñas de mi niñez, que en la juventud adquirían sabor erótico: hay algo más que broma cuando la chica estrella en la frente del chico que merienda con ella el huevo duro puesto por los levantinos en el centro del bollo pascual. En otras latitudes los huevos son, enormes y de chocolate, y pueden ir rellenos de símbolos o nata.En vista de ese vacío estomacal madrileño, decidí alimentarme en la Resurrección con un dulce muy rico en calorías que no engordan, como no sea al espíritu: las cantatas de iglesia de Bach. ¿Flaco festín? El filósofo Ernst Bloch, que tan frecuentemente cita en sus obras al compositor alemán, dice que toda música es esencialmente consoladora, ya que, desdeñosa de la pedagogía, su poder de acompañamiento atañe al símbolo real y se convierte en una "garantía del más allá". No hay que adorar al austero Dios de Bach ni siquiera hacer méritos en la Semana Santa de la tierra para alcanzar el cielo de los creyentes; al infierno de unos días ateos de viento y nieve, las cantatas de Bach aportan el calor de la felicidad, pues pocas veces en toda la historia un producto nacido de la piedad religiosa consigue transmitir al hombre profano la trascendente capacidad regeneradora del arte.

La música, además, tiene una maravilla que ningún otro arte comparte: admite variaciones sin perder autenticidad. El Quijote sólo se puede leer de una forma, en las palabras precisas de Cervantes (por mucho que Borges quisiera convencernos de lo contrario), del mismo modo que sólo hay una Mona Lisa real, que hay que ver sobre las cabezas del turista en el Louvre de París. Yo tengo en mi poder dos completas interpretaciones (ojo: no traducciones a una lengua distinta) del ciclo de cantatas sagradas de Bach, las 200 de la numeración canónica BWV, que en el recuento final se quedan en, algunas menos, y estoy coleccionando otras dos series de todo el conjunto, que es el mismo y nunca suena igual. ¿La obra musical más hermosa que existe? Como en cualquier monumento de grandes proporciones (los cuartetos de Beethoven, los madrigales de Monteverdi, la tetralogía de Wagner, las óperas de Puccini), las cantatas de Bach son desiguales y a veces afectadas por la circunstancia, aunque el disco permite -si uno está dispuesto a echar horas, como las necesarias para leer en su idioma todos los dramas de Shakespeare- el milagro de descubrir la coherencia de fondo y el invariable trazo simbólico que hay en piezas escritas a lo largo de 40 años y para distintas sedes, patronos y agrupaciones musicales.

Me acompañarán mientras viva las extraordinarias versiones de Harnoncourt y Leonhardt, que ahora Teldec ofrece en un macizo cajón de 60 discos y un libro de regalo, pero oigo con parecido arrobo y regocijo las que, por primera vez en un orden cronológico de composición, está sacando en el sello BIS el Bach Collegium de Japón dirigido por Masaaki Suzuki, en poco tiempo convertido en una referencia básica entre los intérpretes del Barroco. Con las cosas amadas se tienen debilidades, que otros llaman manías; dentro de las interpretaciones con instrumentos originales, las únicas que juzgo válidas, a mí por ejemplo me cuesta habituarme a las voces de soprano femeninas, teniendo en la cabeza las de los niños solistas que, como se hacía obligadamente en el tiempo de Bach, cantan para Harnoncourt y Leonhardt. La manía de Suzuki es decir, en el primero de los siete compactos de las cantatas aparecidos hasta hoy, que se siente estimulado para su vasta empresa por el convencimiento de que "el Dios a cuyo servicio trabajaba Bach y el que yo adoro hoy es el mismo". El mío en estas pascuas ha sido otro, cristiano pero humano, y en algún momento de fervor musical me ha parecido que era Dios el que trabajaba para él; para un Johann Sebastian japonés.

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